Un ataque al Cine independiente - Mariano Llinás



Hace algunos días, en el marco de los debates que mantenemos desde estas páginas con otros actores del quehacer cinematográfico, escribí las siguientes líneas:


Salvo las conquistas logradas por las asociaciones de documentalistas (sin duda el hecho más gravitante de la política cinematográfica de la década que acaba de terminar, y que obedece menos a un cambio de rumbo estatal que a una concesión a un grupo cuya intensidad en la lucha debió haberse vuelto para el INCAA excesivamente incómodo), el Instituto atravesó las dos décadas del siglo como si el Cine independiente no existiera. Ni la más mínima voluntad de reforma, ni el menor interés en hacerse preguntas.


El texto estaba lejos de tener un ánimo acusador, sino que intentaba llamar la atención de quienes acaso no hubieran participado en su momento de aquellas discusiones sobre cómo era que se había llegado a la situación actual, en la  que dos formas de hacer cine diferentes (la del INCAA y la Independiente) coexisten en un alarmante desconocimiento mutuo. El ánimo de esa pequeña historia era –hasta donde entiendo- reconciliatorio. De hecho, terminaba con la siguiente, velada expresión de deseos.


Acaso el actual Presidente del INCAA, que ciertamente sabe lo que es hacer una pelicula, pueda acabar con esa cadena de errores y ninguneos.


Hoy, el recientemente difundido reglamento del Festival de Mar del Plata arrasa con esa pequeña esperanza conciliatoria. Allí se lee que en la Competencia Argentina, sólo podrán participar films declarados de interés por el INCAA. Es decir, excluye de una de las dos mayores bocas de exhibición del films independientes que hay en el país precisamente a las películas independientes, a aquellas que han sido hechas de maneras artesanales, por fuera de los mecanismos de promoción industrial y que no cuentan para su exhibición con otro mecanismo que la visibilidad que ese tipo de acontecimientos pueden proveerles. El hecho, de un nivel de discriminación y de restricción sin precedentes, debe ser considerado como un abierto gesto de hostilidad a la producción disidente, y a aquella que ha sido realizada con bajos recursos. Ni Coscia (que con sus normativas a favor de las asociaciones de productores aniquiló el Nuevo Cine Argentino) ni Alvarez (que profundizó ese cerco industrialista) ni la Intervención de Macri (que convirtió el Instituto en escenario de una serie de herméticas purgas y que prohibió los discursos en las ceremonias de premiación para evitar los silbidos opositores) se habían atrevido a tanto. 

Es difícil imaginar el origen de una medida de tanta violencia: acaso se deba al simple atropello e, incluso, haya tiempo para una saludable marcha atrás. Tampoco resulta claro a quién beneficia este Golpe. Ciertamente no al Festival ( basta revisar sus últimas ediciones para comprender que su prestigio creciente se debió en gran parte a la mezcla de films sin importar sus formas de producción), ni a su directora Barrionuevo (quien gracias a esa política abierta puso al Festival en la agenda internacional, y a quien este daño parece dedicado) ni al Cine Argentino en general: La censura nunca ha sido un buen camino para el desarrollo de ninguna cinematografía. ¿Tan grande es la presión de las añejas corporaciones cinematográficas para empujar al nuevo Director a entrar en escena con semejante muestra de enloquecido sectarismo?





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