Los oficios- Rafael Filippelli



Por una cuestión generacional a los veinte años me volví un fanático de Cesare Pavese. Sus novelas, sus poesías y sobre todo dos libros: “El oficio de vivir” y “El oficio de poeta”. En su momento hasta me gustó “Las amigas”, una floja película de Antonioni basada en una novela de Pavese.
De “El oficio de poeta” recuerdo de memoria una frase que me marcó respecto de lo que se llama realismo: “Cuando uno encuentra que un adjetivo ha sido puesto al lado de un sustantivo, sin que antes ambos hubieran estado juntos, uno no se sorprende por la destreza del poeta que lo logra, sino porque una nueva realidad ha sido iluminada”. Así de simple.
De “El oficio de vivir”, en cambio, mis recuerdos son más variados. Después de describir lo vivido y pensado durante varios días, en el siguiente sólo dice: “Hoy nada”. Hay otro día en que, ni bien salido de la cárcel, va a la casa de su novia en el mismo momento en que ella se está casando. Con otro, claro. Y finalmente, lo último que escribe en ese diario: “Todo esto da asco, basta de palabras, un gesto. No escribiré más”. 
Este asunto de los oficios me hizo pensar en el oficio del cineasta. Hay cosas que se saben y otras que no se saben. Se sabe que para hacer una película hay que tener una idea, si es necesario, un guión, luego conseguir dinero para poder filmarla; de lograrlo, armar un equipo artístico y técnico, conseguir los decorados y así de seguido. Luego viene el rodaje y de eso ya no se sabe tanto. Se trata de dirigir la película y al equipo que la realiza. Que no viene a ser la misma cosa. Yo trabajé con un director que decía: “Quiero escuchar una sola voz acá: la mía”. No resulta muy democrático pero tampoco tiene que serlo. Hay otras formas de encararlo. También hay que aprender que no se hace todo al mismo tiempo sino por partes. Tampoco se debe gritar. Es de mal gusto.  Hace muchos años alguien me dijo (me enseñó) que no se puede correr detrás del fotógrafo, del sonidista y de los actores. No hay que ir hacia los problemas; hay que dejar que los problemas vengan a nosotros. De lo que estaba hablando ese amigo era que durante la filmación el director debe mantener una relación radial con el equipo. Además que, si seguía caminando tanto en un rodaje, en veinte años no iba a poder seguir dirigiendo. Y mirar, siempre mirar. No perderse nada de lo que está sucediendo, no sólo cuando se está filmando sino en los largos momentos de espera que hay entre toma y toma. O sea, los momentos más fascinantes de un rodaje. Si no pasa nada o no se nos ocurre nada, para eso está el guión; sólo para eso. 

Después viene el resto. El montaje, la mezcla de sonidos y algunos chirimbolos más. Sin embargo, la película ya está. Quiero decir, una vez que se llegó a este punto la película se termina seguro. Alguien la termina.

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