Paralelismos- Mariano Llinás



Escribe Ezra Pound en su manual “The ABC of Reading”: “La música es mejor cuanto menos se aleja de la danza, y la poesía es mejor cuanto menos se aleja de la música”. El juego es irresistible, pero aún así presenta sus dificultades: ¿qué decir de la fotografía, por ejemplo? ¿Es mejor cuanto menos se aleja de la literatura? ¿Es mejor (como quería Cartier-Bresson) cuanto más se parece a la caza? Esta última idea es atractiva, pero aún así: ¿qué tipo de caza? ¿La caza a distancia, con fusil y mira telescópica? ¿La caza milenaria, con arco y flecha o ballesta? ¿La cetrería? ¿La caza infantil de chingolitos, practicada con honda y cascotes?

Hagamos el esfuerzo de trasladar el paralelismo al cine. El asunto se complica todavía más: desde siempre, el cine ha sido visto como una disciplina de factura multitudinaria y masiva. Por decir algo: un rodaje se parece sobre todo a esos safaris del siglo XIX en los que los cazadores (en quienes uno intuye a grandes Señores, poseedores de residencias a las cuales están destinadas las cabezas de los animales muertos) se adentraban tierra adentro rodeados de una inmensa comitiva de hotentotes o bantús: los guías, los baqueanos, los rastreadores, aquellos que más tarde cargarán las fieras y los impalas, aquellos que a la noche levantarán las tiendas en las que los Señores habrán de descansar, concluida la faena. (No olvidemos, al mismo tiempo, que esas grandes partidas de caza han ocupado a nuestros antepasados cineastas desde siempre: no hablo de Jean Renoir. Hablo de los anónimos autores de los bajorelieves que ilustran las grandes cacerías de Asurbanipal y de Ciro el Persa, exhibidas en el Museo Británico)

¿Es eso el cine? ¿Es eso, más que una actividad intelectual o una caprichosa peripecia del alma ejecutada en la soledad de un escritorio o de un taller? La pregunta no deja de ser inquietante: no en vano los directores de la primera época de Hollywood solían vestirse de cazadores, con ropas de color caqui y sombreros de fieltro, como si un rodaje fuese comparable a una expedición al África, o con breeches, botas de montar y fusta: ¿sentirían que su tarea necesitaba esos accesorios, y que aquello que estaba del otro lado de la cámara era un animal feroz, brioso e indómito, y que no vacilaría en deshacerse de ellos al menor signo de debilidad o de distracción?


Comentarios

  1. Pero usted va de safari? Me parece que más bien va de pesca, como los documentalistas. Bueno, como ciertos documentalistas, porque algunos también gustan del safari. Aunque el safari tampoco es la linea dominante en Hollywood, solo la mas mitificada porque la practicaron Ford y Hawks (y Huston, aunque ya con ese afán burlón -Beat the Devil- que tan mal entendió Eastwood y tan bien captó Welles en su última película -última por ahora: antes que Raul Ruiz, es Welles el primer cineasta de ultratumba. Ahí hay otra variante: el cine medium). Hay muchas lineas posibles, casi como cineastas, y muchas son antagónicas: hay un cine de prosa y de poesía, ya sabemos, también entonces este de caza y pesca, y acaso también de aire y fuego... No hay porque limitar las metáforas, como sugiere Pound.

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    1. Estimado comentarista,
      le doy la bienvenida a nuestra Revista, sin dejar de advertirle que vaya con cuidado. Aquí, firmar NP tiene consecuencias: lo más probable es que para muchos esas dos letras representen aquello de

      Mirando tu perfomance
      del hipódromo platense
      nunca al marcador llegaste
      siempre fuiste "no placé"

      Aquí dejo un link, para desasnar (o Aznar) a quien no entienda de esas cosas.
      https://www.youtube.com/watch?v=IF4s8TT5uVU

      Me parece, asimismo, de mal gusto que se la agarre con mi querido Eastwood; ya bastante tengo con llevar en secreto esa afición en esta redacción de puros cahieristas.

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  2. Pero a usted le gusta Eastwood?? Ahora entiendo lo del safari... Quien lo hubiera dicho. Lo de Troilo es más comprensible, pero si tiro del hilo debo suponer que tanbièn le gusta "Sur". Por Solanas, digo. Ahi si que los cahieristas se van a retobar.

    (No Place -sin acento- es también una canción de los Backstreet Boys, que espero le gusten. NP es también una novela de Banana Yoshimoto, nombre que pueden googlear los que crean que es un personaje de Capussotto. Sin embargo esas letras tienen más que ver con lo que se cifra en el nombre que Arsenio Lupín)

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    1. ¿"Sur" de Manzi y Troilo? ¿La Revista Sur? ¿O la de Solanas? Como ve, hay varias cosas que se llaman Sur, y a uno le va pareciendo que es muy fácil ponerle "Sur" de nombre a cualquier cosa. De todas maneras, hay que decir que "Sur" es un nombre magnífico (no puedo decir lo mismo de Banana Yoshimoto)

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  3. Se entendio perfectamente. Le sud. La que le hizo ganar la palma de oro en Cannes, aunque sus amigos cahieristas la
    deben odiar más que a Esperando la carroza. Que le parece? Dígalo, no le dé más vueltas, animese. Que para algo son impunes estos textos, no?

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  4. ¡Qué decirle! Debería volver a verla. Mi generación (que, por alguna razón, intuyo también la suya) se ha criado escuchando la cassette con la música de esa película: El "Nocturno de mi barrio" de Troilo, la "Milonga del Tartamudo" de Zitarrosa, la versión patinada y performática de "La última curda" de Goyeneche. Nadie puede restarle mérito a esa entrañable colección, y sería igualmente falso decirle que no me emociona volver a escuchar esas canciones, una tras otra. Ahora bien: mi entusiasmo flaquea cuando debo imaginar esos números integrados a una película, y es ahí donde mi memoria se ve aquejada por esas neblinas azuladas, ese abuso del pasaje Darquier en Barracas (que sin duda abrió el camino para numerosas tanguearías para turistas), y la sombra terrible de la Triple A (la Alegoría Autoindulgente Argentina) representada en esa Mesa de los Sueños, en la que todos son buenos y sólo los de afuera son los villanos que devoran.

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    1. Aún tengo ese cassette, aunque no tenga donde escucharlo. Me resisto a desprendenderme de él porque es ya un objeto de nostalgia. Pero esa entrañable colección no es la película, como tampoco la milonga de Borges sea igual a Invasión. Allí también se integra como número a la película, y no hace falta recurrir a la memoria para recordar que allí también “todos son buenos y sólo los de afuera son los villanos que devoran”. Esos esquemas son tan viejos como la épica, así que no van por ahí los tiros.

      Por lo pronto, debería usted volver a verla, en vez de hablar desde el recuerdo. Seguramente encontrará otros motivos de queja. Pero, si trae también al recuerdo el estado del cine en la posdictadura, encontrará que bajo el humo y los papelitos Solanas se traía también abajo del poncho una puesta en escena que en aquel contexto era tan moderna como la de su querido Santiago, De hecho debería usted volver a ver también El exilio de Gardel, película que podría pasarse en programa doble con Las veredas de Saturno, esa película que hasta los santiaguistas suelen, nada curiosamente, olvidar.

      No es solo que los lobizones de la crítica prefieran no ver esas relaciones y continuidades: tampoco los cineastas argentinos, incluso los atentos como usted, parecen querer mirar al propio pasado. Como si ahí no hubiera nada (algo que pensaba ya con poca razón la generación del sesenta, pero que a esta altura es un síntoma de algo peor que la vagancia, ya que ahora esa generación es parte también de nuestro pasado, aunque ni críticos ni cineastas quieran ver cine argentino, como si se plegaran a ese discurso idiota que cree que se trata de un cine tan malo que no vale la pena ni parecer al menos dispuesto a sacarse algún prejuicio).

      Vuelvo a Solanas. Tomemos un film que el cahierismo debe odiar doblemente, visto que es una suerte de sinfonía del sentimiento: Los hijos de Fierro. Ni bien inicia podemos ver unos planos suburbanos, un narrador omnisciente, un teatro de ruta, historias cruzadas... Es su padre peronista, mi estimado. Digamos que puede usted renegar de esa parte (y tirar al niño de la Historia con el agua), pero ahí abajo está todo lo demás.

      Yo saludo esas filiaciones conflictivas, porque de ellas estamos hechos.
      Espero que escriba algún texto al respecto, sin tener que refugiarse en la impunidad. Se merece más que estos comentarios marginales a safaris hollywodenses.

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    2. Vea, muchacho. Yo no sé si el Senador Solanas ( con quien me crucé sólo una vez, en Toulousse, en la que fue muy simpático) es mi Padre Peronista o no. Si lo es, ha tenido la delicadeza de ser un padre ausente, y no uno de esos que se la pasan entrometiéndose en la vida de uno. Usted, en cambio, al segundo comentario ya se la pasa diciendole al otro lo que tiene que hacer. ¿Por qué no escribe usted sobre "Los hijos de Fierro"? Seguro que los tigres de la Revista de Cine se lo publican en este Blog- siempre que no sea muy largo. El Director es muy estricto al respecto.

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    3. Bueno, allá usted. No hace falta ni siquiera contestar, siempre se es libre de no hacerlo, no digamos ya de ponerse a escribir impunemente, lo que siempre es más fácil si se anulan los comentarios (aunque hay ya pocos sin despreciarlos).
      Pero déjeme decirle que el arte de injuriar (llamar “Senador” a un cineasta) está mal aplicado. Ya Pablo Piedras trazó esa línea en un muy buen articulo que usted puede (o no) googlear, con mejores argumentos.
      Ciertamente hablamos de padres ausentes, a veces sin delicadeza ni intención. Pero no voy a trazar aquí esa genealogía, que ya intenté hace años en el blog de otro padre (o tío, pongamos) por suerte ausente, aunque lamentablemente muy presente en twitter. Por lo demás, escribir sobre cine siempre es entrometerse en las filiaciones, incluso en las no queridas. De hecho alguna vez escribí también algo a lo que llamé "Los hijos del fierro", porque trato de no perder nunca el humor. Lo que nunca logro es que los cineastas o críticos argentinos hablen del cine argentino previo a su “nacimiento”. Parece que es una batalla perdida.

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