Una nueva imagen de la muerte- Mariano Llinás



La epidemia y el confinamiento (esa fenomenal anomalía planetaria que da lugar a estas líneas) han engendrado la primera de sus formas cinematográficas. Se trata de una serie casi infinita de pequeñas piezas de no más de treinta segundos que tienen por protagonistas a un grupo de enterradores africanos. Vestidos de gala, con unos pintorescos birretes que conviven impensadamente con sus gafas de sol y presididos por una suerte de capitán investido de bastón de mando y sombrero de copa, los atléticos croque-morts se desplazan por la pequeña pantalla portando en los hombros un ataúd barroco y rimbombante, mientras danzan una estrafalaria coreografía. En ocasiones, esta danza se complementa con golpes de manos sobre el féretro en los que es posible adivinar la intención de marcar el ritmo sobre la tapa de madera que oculta el cadáver.

No hay burla ni ironía en estas procesiones, y la solemnidad del rito es perceptible en los rostros adustos de los protagonistas. No se burlan del muerto ni del ritual: apenas bailan con el cajón al hombro, en una extraña forma de homenaje. La imagen –poderosísima, de una poesía feroz– es complementada desde la instancia de enunciación con una musicalización electrónica y escandalosa de sintetizadores, que recuerda a esos espirales sonoros con los que las multitudes se entusiasman dentro de las discotecas.

El juego (que de eso se trata) es encontrar en la internet una imagen de un accidente o de una catástrofe, y en el momento inmediatamente previo a la muerte, cortar al festivo oficio fúnebre de los africanos. En uno de ellos hay un grupo de hindúes montados en elefantes; a través de la cámara que filma despreocupadamente, vemos en los campos de sorgo o de soja que ellos atraviesan un rápido, fatal movimiento. Inmediatamente, el camarógrafo logra –o no puede evitar– capturar un inmenso tigre de bengala que se lanza feroz sobre su compañero. El tigre en el aire corta a la música y a los negros que bailan. Otro muestra a un pescador, enfrascado con su caña en la violenta batalla contra un gran tiburón. El plano es picado, y deja ver en las aguas a una serie de otros tiburones merodeando la escena. En un momento, algo sale mal, el pescador da un traspié y cae al agua. El camarógrafo, aterrado, no puede asimismo dejar de filmar cómo los peces rápidamente se organizan para lanzarse sobre su víctima recién llegada. Unos movimientos de los tiburones asesinos en ese sentido y ¡zas! La danza de los negros.

¿Qué separa a esas piezas del mero blooper? En principio, concurren en ellas algunos elementos de la forma cinematográfica: esencialmente, la elipsis y el corte. La comicidad de esas anónimas piezas está sostenida por un acierto de montaje: cuanto más se acerque a la imagen de la muerte, más eficaz será el efecto cómico, siempre y cuando la imagen de la muerte sea elidida. Una operación que pone en juego los dos elementos centrales de la edición (el mostrar y el ocultar) mediante una atractiva muestra de prestidigitación: Es un corte, la precisión e imprevisiblidad de un corte, lo que hace reír. El otro hallazgo de la serie de memes radica menos en el ingenio que en un imprevisto rasgo surreal. 

Como puede comprenderse, el sentido de este divertimento –pariente acaso de los anaglifos poéticos de Pepín Bello o de algún capricho lúdico de Oulipo– radica en la repetición de la imagen final; algo así como “Y ahí, la muerte”. Pues bien: ¿no es reconfortante –en estos días de convencional sentimentalismo y de miserable gravedad– que el ingenio popular haya decidido asignarle a la muerte la forma carnavalesca de un grupo de negros portando un féretro, engalanados y danzantes? ¿Alcanzarán los enterradores africanos el parnaso que sin duda merecen en las antologías negras? ¿Será este entretenimiento masivo y anónimo la versión contemporánea de Guadalupe Posada, de los Caprichos de la Guerra de Goya y de las inocentes crueldades de Hyeronimus Bosch o de Cranach? 

He ahí una imagen nueva para la muerte: una muerte alborotada, dulce, triunfal.


Comentarios

  1. Negros-> Africanos/Afrodescendientes. Quizás la corrección política del lenguaje sea mucho pedir. Sanitizar las palabra según la última moda de lo correcto. Pero queda a criterio de la comunidad vulnerada como quiere ser nombrada. Y la palabra "negro" está terminantemente rechazada.

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  2. Si la palabra "negro" está terminantemente rechazada, también debería estarlo la palabra "blanco"... Delantal anglosajón y protestante, café afrodescentiente y así...

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  3. En mi cultura, rica en diversidad social y cultural, la palabras, catire o negro no se considera un insulto o menosprecio, es algo habitual e incluso se usa de una manera de expresion de cariño o aprecio incluso intimo.

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  4. https://tn.com.ar/show/basicas/no-es-fake-los-africanos-de-los-ataudes-quieren-venir-al-bailando_1060400

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