Algunas obstrucciones para el cine nórdico- Hernán Rosselli

Un amigo productor me escribe para contarme que en Suecia y Dinamarca se preparan para reiniciar los rodajes de cine y televisión con un protocolo para el COVID-19. “Básicamente proponen filmar  como siempre lo hicimos nosotros: pocos técnicos, sin buffet de catering, los extras con su ropa,  maquillaje solo para los protagonistas, etc.” La noticia me hace soñar con un nuevo esplendor del cine nórdico. Un cine que a comienzo del siglo XX empujó con fuerza el lenguaje del cine y que hoy, salvo excepciones, parece adormecido bajo la sombra de Lars Von Trier y la fatuidad de sus pretensiones. Pero si algo tiene o tuvo claro el cineasta danés es que las limitaciones llaman a las  musas y que la libertad absoluta es abrumadora. No fue casual que a mediados de los 90 un grupo de cineastas daneses se impusiera un dogma para salir de la encerrona barroca en la que se habían metido la década anterior con resultados disparejos pero superadores.

Mi amigo me sugiere por chat que nos ofrezcamos como consultores de la OMS por un sueldo en euros. Sucede que algunos cineastas argentinos estamos acostumbrados a producir con medios modestos. No por falta de recursos. O no sólo por falta de recursos. Sino porque desde finales de los 90, al igual que la generación del 60, la nouvelle vague, las primeras vanguardias o Mack Sennett, comprobamos que el cemento apolíneo de las ideas, los prejuicios y la burocracia puede malograr algunas películas. Al rodaje conviene ir preparado pero también abierto a lo inesperado y las grandes estructuras no dejan mucho margen de maniobra. En la industria del cine se estila rodar escenas con equipo reducido sólo como excepción por razones de seguridad o discreción. Generalmente se trata de escenas de sexo. Puedo imaginar a Bergman exclamando: ¡todas las escenas son escenas de sexo! La austeridad luterana, la maravillosa luz ártica y probablemente las limitaciones técnicas de los primeros filmes de Victor Sjöström y Mauritz Stiller hicieron posible la madurez temprana del cine nórdico, que ya utilizaba el paisaje como motivo psicológico, tradición que continuaría con el western.

Con la decadencia del cine danés, como todo realista, Dreyer hizo su escala en Francia para filmar su obra maestra: Juana de Arco. Sin maquillaje, con muy poco decorado, sostenida sobre todo en los maravillosos primeros planos de la Falconetti, como rezan los nuevos guidelines de la industria nórdica durante la cuarentena. ¡Eso es romantizar la pobreza!, dirán. Para nada. Sólo que siempre viene bien un coup de theatre que ponga en crisis las certezas. Incluso estas mías: porque si la grandes productoras toman la nueva guía nórdica como referencia, probablemente todo termine siendo una excusa para aumentar astronómicamente las ganancias con bajo costo de producción y gran demanda de público cautivo. Sin embargo, soñar con un nuevo esplendor del cine nórdico no cuesta nada.