Arte poética- Mariano Llinás



Mi amigo Arroba ha tomado por costumbre enviarme, cada mañana, videos de toros. Cada día despierto con una faena nueva. Una de las primeras se llama “Faena de Paco Camino al toro Navideño en Santa María de Querétaro”. El fragmento, tomado de un viejo VHS, está sostenido en forma permanente por el enfático relato de un comentarista, que no cesa ni por un momento de ponderar la maravilla del evento y del entusiasmo del público que, según informa, “llora de alegría” ante las destrezas del torero. La adjetivación no se queda allí: el narrador no se priva de frases como “un sello del más alto valor artístico” “¡Portentoso el cambio de muleta por delante! ¡Una auténtica obra maestra de las bellas artes!” “…perfumando con el aroma de la belleza estética” y demás hipérboles. El resultado es previsible: el gritón se interpone entre el toro y el torero, y ese sublime rito en el cual lo que se juega es la distancia física de la muerte se opaca ante esos llantos, perfumes y portentos. Es imposible apreciar en dónde reside la magnificencia de la faena de Paco, de tan altisonante y retórico que es el entusiasmo de su apologista. En efecto, como nadie ignora, entre lo que ve y lo que oye el público tiende a creer en lo que oye. Si ve un cocodrilo, y la voz en off dice “He aquí una gallina”, tenderá a esperar el momento en que el reptil revele su oculta identidad avícola. Algo parecido pasa con este fragmento: tanto insiste el locutor en la grandeza de las imágenes que acabamos por desconfiar de ella. Sabemos que el mismo discurso podría acompañar lances menos virtuosos sin perder un palmo de su retórica: nada debe agradecerles Paco Camino a esas palabras chillonas; nada agregan a su hazaña. No es para esas exclamaciones que un hombre (y un animal) arriesgan su vida


En otro (más reciente, en el cual la imagen ya da cuenta del color y la textura de los canales de deportes) un mexicano (cuya identidad el fragmento no revela) arroja la muleta al suelo en el preciso momento de la suerte de matar. Lo intuimos como una fanfarronada, sostenida por el hecho de que la mayor presencia de cámaras nos permite ver el rostro del torero, crispado en una mueca desagradable y tensa. El locutor, esta vez, no emite opiniones estéticas: sólo se limita a gritar  “¡Momento de máximo riesgo!”. Aquí hay algo que mejora la actitud del exégeta, y es que el relato sucede en vivo: el locutor grita porque se asusta. Aún así, el efecto es perjudicial. La tensión, en lugar de aumentar, se vuelve una farsa. “¡Momento de máximo riesgo!” ¿Ignora acaso que su anuncio estertóreo hace que el riesgo que pondera sea menor, y que no veamos lo que pasa sino que lo oigamos sólo a él?


El tercer fragmento, finalmente, corresponde a la histórica faena de José Tomás a Idílico en la desaparecida plaza de Barcelona. Aquí aparece el argumento, más allá de la mera exhibición de una destreza. Según se sabe, aquella tarde fue tal la maravilla de lo realizado por el hombre y el animal que el público alborozado pidió, con sus pañuelos blancos en mano, el indulto. Efectivamente, sobre el final del fragmento vemos a Tomás acompañar con su muleta a la salida a su gallardo adversario, que a fuerza de una innata elegancia en los movimientos, acababa de salvar su vida. Esta vez, si bien no renuncia al estilo engolado que parece ser norma en su oficio, el locutor –por momentos– se calla. Y esos segundos de silencio (que la televisión cada vez tolera menos, como si fueran el veneno de una serpiente cuya circulación en la sangre hubiera que detener), esos pocos segundos lo cambian todo. Vemos, sin que nadie nos lo diga, la escandalosa belleza de la faena, apoyada en la sobriedad actoral de Tomás, cuya prestancia por momentos recuerda a la de Buster Keaton. Vemos la danza, vemos el peligro y la muerte, oímos el fervor de una tarde, la emoción de una auditorio al que el artista ha enamorado con no menos maestría que a la bestia; sentimos, ahora sí, el llanto, el perfume y el portento.


Sospecho que en estos tres fragmentos, uno tras otro, tienen algo que decir sobre el cine, pero esa lección es tan manifiesta que, una vez más, es mejor callarse.

Comentarios

  1. Pasamos de los safaris a los toros... La próxima es sobre el arte del tiro al pichón?

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas populares