El fantasma reincidente I - Sergio Wolf




Alguna vez alguien intentará no elegir los libros favoritos sobre cine (ya lo hizo ”Trafic”) sino hacer una Historia del cine contada a través de los libros sobre cine, excluyendo, obviamente, los de entrevistas a maestros porque sería como un voto cantado. Así, quizás, ampliarían su fulgor los que están en esa zona luminosa, incómoda y libérrima, los diarios (hay quienes, fatuidad de fatuidades, los ponen en mayúsculas, “Diarios”, cuando se piensan y escriben en la minúscula microscopía del secreto). Los hay fabulosos, como los de Mekas, pero que no sorprenden porque son como emanaciones de sus propias películas, la misma guerra por otros medios, o bien algo así como el brazo vegano de sus films. Los hay más en modo de crónicas de resistencia, como el de Herzog sobre “Fitzcarraldo”. Los hay explosivos por su reenvío entre teoría-práctica, como el de Vertov, leído hoy, tristísimo y desolador. Los hay aquellos que no son de cine, como los de Brecht, pero que cambiando la palabra teatro por la palabra cine podrían serlo perfectamente. Y hasta hay diarios que no se asumen como tales, como el de Comolli, que nunca lo escribió, pero uno puede imaginarlo levantándose cada día y escribiendo sus notas o un párrafo en su libreta, como si sus textos fueran parte de un diario que va poniendo títulos a lo que va viendo, pensando y escribiendo. Y después está el caso que no se parece a nada, la bomba neutrónica más sigilosa que se conozca, que es el del “Diario” de Raúl Ruiz. 

Lo empecé a leer hace cuatro meses, imponiéndome un régimen de no menos de cinco y no más de diez páginas diarias, para poder completar en ese lapso las 1200 a las que quedó “reducido” lo escrito por Ruiz, incluso habiendo perdido cerca de veinte libretas y cuadernos, seguramente en aeropuertos, sets, cafés, restaurantes y librerías de viejo, los espacios por los que circulaba como un fantasma reincidente y que son sus temas casi excluyentes. Pleno de iluminaciones entrelazadas con una erudición que podría darle pelea en un duelo a la de Borges, el “Diario” de Ruiz se debiera imprimir por miles y entregar como materia de estimulación a todo aquel que quiera producir algo en el territorio artístico, como si en los momentos de ceguera, desesperación o molicie alguien pudiera inyectarse unos párrafos de Ruiz. Casi no hay día que refiera a una lectura que dispara o hace renacer una idea de película, o que esté terminando de reunirse para empezar, escribir o montar (en el mismo día) varios proyectos de películas, al mismo tiempo que convierte las reflexiones teóricas en soluciones para las escenas a filmar -el rodaje, esa abstracción materializada-, como cuando escribe, al final del primer tomo, que le fue útil leer la noción de número de Dedekind y Cantor para volver “a plantearme algunos problemas teóricos a propósito de la noción de plano como elemento independiente y de sus conexiones, que pueden crear unidades superiores, de ´segundo grado'”.

Hay sombras y sombras. Sombra terrible de Facundo. Sombra terrible de Arolas. Sombra estimulante de Ruiz. Voy a volver a Ruiz, porque es él quien vuelve a mí.



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