Michelangelo Antonioni - Rafael Filippelli




Hace un rato volví a ver “El desierto rojo”. Tal vez el título de este texto debería llamarse así.

He escrito sobre Antonioni antes y honestamente nunca pensé que lo volvería a hacer.

¿Por qué vuelvo a hacerlo? Sólo porque creo haber visto lo que antes no pude ver.

Cuando escribí acerca de Mizoguchi traté de hacer una diferencia entre el plano secuencia y lo que llamé “la autonomía de la cámara”. Es más, no sé si lo escribí o sólo lo pensé, los planos de Mizoguchi terminan cuando se acaba el chasis de la cámara. Pero no sólo eso: si en un recorrido de la cámara hacia adelante se encuentra con un objeto situado a una altura más alta, la cámara le pasa por encima y sigue su recorrido. Pues bien, hoy me di cuenta lo que no había observado nunca. Antonioni lleva eso más lejos aún. Mientras sigue a un personaje y sin que ningún obstáculo lo obligue, lo olvida y se desplaza hacia otro lado para mostrar algo que le parece más pertinente sin que a uno le parezca tan evidente.

Para copiar a Antonioni, seguramente de manera infructuosa, me voy con su cámara y en su desviación para decir que el arte algunas veces tocó el cielo con las manos. Si el cine lo hizo alguna vez fue en “El desierto rojo”. 

No acostumbro a consultar a Internet. Prefiero equivocarme con mi memoria. Creo que fue en un reportaje que le hizo Godard, donde Antonioni dijo que “El desierto rojo” es un drama "óptico y sonoro”. Me parece que lo de sonoro lo agrego yo. No voy a abundar, el uso de los teleobjetivos, el humo, el fuego, contribuyen a lo que dice. Y yo agrego: la cuestión no es que la música sea usada de manera diferente que en otras películas. La cuestión es que resulta difícil afirmar de donde proviene, dado que está mezclada con las chimeneas, barcos y un infinito incalculable.

Sin embargo, lo que descubrí tarde, como siempre, es la posición de”El desierto rojo” en cuanto al carácter narrativo del cine. Se sabe: lo pictórico y lo musical –por motivos diferentes– perdieron muy tempranamente la batalla frente a lo narrativo-literario. Para decirlo de algún modo, mientras Brakhage (y no tantos más como se pretende) dieron una batalla radical, Antonioni nos dice “el cine es narrativo y, sin embargo, puede coexistir con lo no necesariamente narrativo”. Si se le preguntara cómo, él podría contestar: “Muy sencillo: sólo hay que desorganizar el espacio”. Eso es lo que hace.
Otra cuestión. Si bien es cierto que las actuaciones en Antonioni  siempre son iguales y anti psicológicas, en “El desierto rojo” hay una diferencia. Obviamente me estoy refiriendo a Mónica Vitti. No se me escapa que interpreta a un personaje border line. Ahora bien: hay muchas maneras de encararlo. ¿Qué decide Antonioni?  Empujarla a una actuación brechtiana exagerada. Pero ¿por qué la exagera? Porque no es la distancia lo que le preocupa. Lo que le importa es la diferencia.

En fin, una película insoportable, de una belleza inigualable y que puso la cuestión muy alta para los que querían seguir haciendo cine.

Planta alta y planta baja de la casa construida por Dante Bini para Antonioni y Monica Vitti

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