Gracias a Henri Langlois - Jean- Luc Godard

Discurso ofrecido en la Cinemateca Francesa para la ocasión de la Retrospectiva de Louis Lumière, en Enero de 1966



En la escuela aprendí que Goethe en su lecho de muerte pidió por más luz (1). Por lo tanto, es lógico que algunos años después Auguste y Louis inventaran lo que hoy conocemos como cine, y que lo presentaran en París, ya que esa ciudad hacía tiempo que llevaba su nombre.Eso fue hace setenta años, en otras palabras, el período que separa el último Balzac del primer Picasso, el primer Matisse del último Faulkner: una simple nada. Sin duda, esta fue la razón por la que el destacado industrial de Lyon le dijo a los periodistas en ese momento que este invento no tenía futuro.

Si el Señor Ministro de Asuntos Culturales (2), esta tarde se dispone bajo su alto patrocinio es, por supuesto, porque todos sabemos hoy qué pensar de esta humilde profecía ... una profecía que, estoy seguro, el Señor Ministro de Finanzas (3) también debe encontrar peculiarmente modesta, ya que el descubrimiento de una relación entre la persistencia retiniana y la Cruz de Malta genera unos treinta mil millones, año tras año.

Me gusta pensar que hace setenta años, aproximadamente el mismo número de espectadores reunidos aquí esta noche se reunieron en el Grand Café. Nuestra ligera ventaja es que, en este momento, las 22.35 hs., unos cuatrocientos millones de personas están haciendo exactamente lo mismo en todo el mundo. ¿Qué es lo que hacen, ya sea en los aviones, frente a los televisores, en los cineclubes o en las salas locales? Están bebiendo palabras. Les fascinan las imágenes. Al igual que Alicia frente al querido espejo de Cocteau, en otras palabras, están maravillados.

Esta posibilidad de asombro no existiría –lo digo audazmente porque uno debe mirar las cosas a la cara, y la verdadera lección de Lumière es que una cámara tiene objetivos porque está en busca de objetividad– sería imposible, excepto para personas como Henri Langlois.

El cine, de hecho –y por lo tanto, sin duda, su atractivo popular– es un poco como el Tercer Estado: algo que aspira a ser todo. Pero no olvidemos que una película no es nada si no es vista, en otras palabras, si nunca se proyecta.

Gracias a Henri Langlois, las películas de Louis Lumière van a existir: el Boston de Edgar Allan Poe, el París de Marcel Proust y Claude Monet, muchas otras cosas y mucho más, todo dependerá de usted. Del espectador a la pantalla, dijo Eisenstein, y de la pantalla al espectador. O Merleau-Ponty: la película apela tácitamente a nuestro poder de descifrar el mundo y los hombres, y para coexistir con ellos.

Así que esta noche estamos a punto de coexistir con el 28 de diciembre de 1895. ¡Increíble dúplex! El maravilloso espectáculo de un doble punto de vista: histórico y estético. Cuando digo histórico, me refiero a tener relación con la historia del cine. Por lo tanto, generalmente se distingue entre Lumière y Méliès. Lumière, dicen, representa al documental, y Méliès a la fantasía. Pero hoy, ¿qué vemos cuando vemos sus películas? Vemos a Méliès filmando la recepción del Presidente de la República al Rey de Yugoslavia. En otras palabras, un noticiero. Y al mismo tiempo encontramos a Lumière filmando un juego de cartas familiar al estilo de Bouvard et Pécuchet. En otras palabras, ficción.

Seamos más precisos y digamos que lo que le interesaba a Méliès era lo ordinario en lo extraordinario; y a Lumière, lo extraordinario en lo ordinario. Así que Louis Lumière, por el lado de los impresionistas, era descendiente de Flaubert y también de Stendhal, cuyo espejo sacó a las calles.

Ahora comprenderán por qué este gran inventor se negó a hablar de un futuro. La cámara era ante todo el arte del presente; y luego algo para acercar el arte a la vida. Si no fuera por Henri Langlois, aún no sabríamos nada de esto. De no ser por sus esfuerzos titánicos, la historia del cine habría seguido siendo lo que fue para Bardèche y Brasillach (4), tarjetas postales de recuerdo traídas por un par de estudiantes amables pero poco serios de la tierra de los auditorios.

Uno puede ver de inmediato la revolución que podría realizarse en la estética de las películas con esta nueva visión de su historicidad. No me detendré en el tema –esa es una tarea para los críticos.

Simplemente diré que, gracias a Henri Langlois, ahora sabemos –para nombrar algo al azar– que los techos no vienen de "Ciudadano Kane" sino de Griffith (por supuesto) y Gance; el cinéma-verité no viene de Rouch sino de John Ford; la comedia estadounidense, de un director ucraniano; y el trabajo de cámara de "Metrópolis", de un camarógrafo francés anónimo (5) contemporáneo a Bouguereau. Ahora también sabemos que Alain Resnais y Otto Preminger no han progresado más allá de Lumière, Griffith y Dreyer, como tampoco lo hicieron Cézanne y Braque más allá de David y Chardin: sólo hicieron algo diferente.

Y si mis palabras de repente toman el tono de un gran escritor que es bien conocido por usted, Señor Ministro, es simplemente porque Henri Langlois ha dado cada veinticuatroavo de segundo de su vida para rescatar todas estas voces de su oscuridad silenciosa (6) y proyectarlas en el cielo blanco del único museo donde lo real y lo imaginario se encuentran por fin. El mundo entero, como saben, nos envidia este museo. No es en Nueva York donde se puede aprender cómo Sternberg inventó la iluminación de estudio para revelar mejor al mundo la cara de la mujer que amaba. No es en Moscú donde se puede seguir la triste epopeya mexicana de Sergei Eisenstein. Es aquí.



Aquí, también, en este cine de barrio, los niños vienen todos los domingos para comparar su juventud con la de las obras maestras del cine. Y si Proust pasara por aquí, no tendría dificultad en reconocer a Albertine y Gilberte en las chicas jóvenes de la primera fila, sumando así un nuevo capítulo a El tiempo recobrado.

Gracias a Henri Langlois. Mi afecto y mi respeto porque este hombre no sabe de límites. La gente puede creer que exagero para lograr un efecto. Para nada, lo aseguro. Y a veces me enfurece el trato miserable que se le da a este hombre del cine, sin el cual no existiríamos, al igual que la pintura moderna sin Durand-Ruel y Vollard (7).

Él ha aceptado de mala gana el precio de unas pocas copias, cuya increíble luminosidad los sorprenderá en breve. Se le reprocha su elección de laboratorio, mientras que nadie soñaría con regatear sobre los colores utilizados por el artista de la École de Paris cuando retocan la pintura del techo de la Opéra.

Gracias a Henri Langlois... Si me he tomado la libertad de hablar más de lo habitual, es porque quería hacer un reconocimiento público de mi deuda con Henri Langlois y su fiel personal. También porque no estoy solo. Todo lo contrario. Los fantasmas de Murnau y Dovzhenko están sentados entre ustedes tanto como Delacroix y Manet están en el Louvre o la Orangerie.

Es triste y reconfortante reflexionar que si la Cinemateca hubiera sido lo que es hoy hace treinta o cuarenta años... bueno... tal vez Vigo se habría consolado aquí después de sus dificultades con Gaumont y restaurado su fuerza; o Stiller después de sus desgracias con Garbo, y Stroheim también (8). Aquellos de ustedes que han visto los rostros magníficos de Lang, Welles, Pickford, Rossellini, emocionados durante sus visitas aquí, entenderán lo que quiero decir.

Por todo esto, en nombre del joven cine francés y, por qué no, después de todo, de todo el mundo, de las industrias técnicas y del sindicato de actores, de los arrendatarios de cámaras y los exhibidores provinciales, de los cinéfilos suburbanos y los productores de Hollywood y, por supuesto, de Auguste y Louis Lumière, gracias, Henri Langlois.


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Extraído de "Godard on Godard", editado por Jean Narboni y Tom Milne Traducido del inglés por Malena Solarz.
NOTAS:




1- La palabra francesa para “luz” es “lumière”, por eso Godard lo vincula con el apellido de Auguste y Louis Lumière. También lo une al hecho de que París es conocida como la “ciudad de la luz” (“La Ville Lumière”)
2- Ministro de Asuntos Culturales: André Malraux
3- Ministro de Finanzas: presumiblemente Michel Debré, quien sucedió a Valéry Giscard d’Estaing como Ministro de Finanzas el 8 de Enero de 1966.
4- Bardèche y Brasillach: Maurice Bardèche y Robert Brasillach publicaron una Historia del Cine en 1935. 
5- Se trata de Félix Mesguisch, quien trabajó con los hermanos Lumière, fue en efecto el primer camarógrafo francés, junto con Promio. 
6- Con “voces de la oscuridad silenciosa” Godard se refiere a la gran obra “Les Voix du Silence”, primera parte de El museo imaginario. 
7- Durand-Ruel y Vollard: dos celebrados comerciantes de arte parisinos. Durand-Ruel lanzó a los impresionistas; Vollard, a la Escuela de París, organizando las primeras exhibiciones de Cézanne, Matisse y Picasso. 
8- “Vigo… Gaumont … Stiller… Garbo… Stroheim”: La última película de Vigo, “L’Atalante”, fue cortada brutalmente, reeditada y retitulada por Gaumont muy poco después de la muerte de Vigo, en 1934. Mauritz, responsable de su compromiso con MGM, debió haberla dirigido en su debut en Hollywood; en cambio, Irving Thalberg confió “The Torrent” a Monta Bell. Von Stroheim, por supuesto, fue conocido por su ardua relación con el sistema de Hollywood. 




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