Sobre el viento - Mariano Llinás



Yo tenía (ahora creo que quedó en la casa de mi mamá) un afiche con un cuadro de Signac: dos cipreses inclinados hacia el mismo lado, uno más alto que el otro. Adelante, el pórtico de una casa de campo con una puertita de madera y un gallo de cemento, y un muro que se perdía en la neblina puntillista. El viento, claro, pero un viento suave y amable, un viento que sólo se ocupaba de los cipreses que, como si fueran antenas, aceptaban dócilmente su juego. Si uno no hubiese escrito tanto en contra de la interpretación, podría decir: ese viento era Signac. Ese amo manso y cómplice, que elige inclinar las copas de los árboles como una caricia, en lugar de sacudirlos como esclavos, en lugar de proceder a una épica estruendosa que hubiera dado tanto que escribir a los rimbombantes y a los enfáticos.

Ese viento de Signac me convence: los que interpretan, a veces, tienen razón. Todo es política, se dice ahora. También, entonces, habrá política en esa levedad. Si se me permite el exabrupto: yo veo tristeza, yo veo a alguien solo, en un camino por el que nadie pasa, mirando los dos cipreses, mirando cómo se mueven juntos, mirando ese viento que pudiendo castigarlos los bendice, ese viento bueno (o acaso un momento en el que se volvió bueno– con el viento nunca se sabe) que saluda a los que van por los caminos mirando los árboles. ¡Hay tantos que no responden el saludo! ¿Será un gesto político responderlo? ¿Será una mera cuestión de modales decir “Hola, muchachos. ¿Cómo los trata la tarde? Está bien eso que hacen, ¿saben? Esa pequeña acrobacia, tanto más bella que los grandes remolinos de los vendavales y las tormentas. No es en vano esa gracia. Al menos a mí me han hecho la tarde. ¿Soy el único? Ya ven. No se preocupen. A la gente no le importa nada. Pasa y no ve: van apurados, el camino es para ellos un enemigo, un trámite, nunca están realmente allí. Sepan que muchos, sin embargo, agradecemos su pequeño número. Aunque seamos pocos es un consuelo, ¿verdad? Tampoco ustedes están solos. Ni ustedes ni yo. Nos tenemos mutuamente, cipreses. Ahora debo irme, pero pasaré a visitarlos cuando pueda, cuando el agobiante frenesí en el que se ha convertido nuestra visa me deje hacerlo. Adiós, cipreses. Me llamo Signac”?

¿Y entonces? He interpretado, he hecho el esfuerzo. ¿Y ahora? Todo es política, pero ¿qué hacer con ello? Entiendo que hay algo allí, pero ¿qué es? ¿Cuál es el mensaje? ¿Seré tan tonto como para no comprenderlo, aún teniendo todo delante de mis ojos, como un mapa, o como una bandera, o como un cartel invitando a un mitin, o como una versión resumida del Manifiesto Comunista? No quiero resignarme a ser un desclasado; quiero abandonar mi ostracismo.

¿Alguien podrá ayudarme?



Comentarios

  1. Quintín y Noriega te podrán dar una mano. Con la resignación, digo.

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  2. Puede ser. Les consulto. ¿Tiene su número de teléfono, Anónimo? ¡Hace tanto que no hablo con ellos!

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  3. Que te preguntes qué hacer con ello demuestra que no sos tonto. Hay respuestas posibles, algunas que son nuevas preguntas. La separación entre lo público y lo privado ha relegado la política a ese primer espacio. Une se puede preguntar por las consecuencias. El pensamiento liberal piensa en individuos, otres en sujetos. Une se puede preguntar por la diferencia. Y así.
    Espero haber sido de ayuda y nunca pierda esa humildad que permite pedir ayuda.
    Un abrazo.

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    1. "Pedir ayuda" en liberales anónimos? Este sujete anónimo no entendió que era irónica la pregunta, parece.

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