JLG - Rafael Filippelli

En el año 1961, aún antes de verla, un pequeño grupo de jóvenes ya sabíamos que “Sin aliento” era una gran película o, al menos, que nos tenía que gustar. Concurríamos a Galatea, una librería francesa que quedaba en Viamonte y Florida, a una cuadra y media de Filosofía y Letras, para comprar los Cahiers du Cinéma. Ahí también comprábamos otra revista de emblemático título: Les temps Modernes. Han pasado desde ese momento alrededor de sesenta años.
Desde ese momento devine godardiano hasta la caricatura. Me tomaban el pelo. Un crítico mientras me hacía un reportaje llegó a decir (comunicándose con el lector y refiriéndose a mí) “aunque a usted le parezca mentira, a él todavía le sigue pareciendo que Godard es un gran cineasta”. Un poco después, durante un Festival de Venecia en donde estaba en competencia “Detective”, la inefable Norma Aleandro, que era jurado del festival, declaró públicamente que, dado que ese día se daba la película de Godard había aprovechado para irse a la playa.
Escribí sobre Godard hasta el hartazgo. Me peleé con Colin MacCabe, su célebre biógrafo, a propósito de un libro que pretendiendo ser original copiaba la periodización que Godard hacía de su obra cambiando, por ejemplo, “los años Karina” por “los años sesenta”. 
No llevo la cuenta pero calculo que debo haber visto “Sin aliento” alrededor de treinta veces.
Esta noche la volví a ver. Está intacta. Y, sin embargo, tuve una nueva idea. A diferencia de la opera prima de Welles, sobre la que escribí hace unas noches, que jamás oculta su deseo innovador, “Sin aliento” parece haber sido filmada por un cineasta viejo y clásico que intenta disimular todo lo que tiene de vanguardista. Los cortes casi sobre el eje pasan disimulados como si hubiera una sobreimpresión. Como todo el mundo sabe, algunas de estas cuestiones formales estuvieron originadas en deprivaciones técnicas. Como en los momentos más complicadas de impresión de la luz se usó material Ilford de fotografías y los carretes eran muy pequeños se vieron obligados a inventar el hoy llamado falso raccord.
Como estoy convencido de que hoy ya es imposible escribir acerca de “Sin aliento” voy a parar acá. No sin antes reconocer que la descripción de Juan Villegas de la escena que, efectivamente, es el núcleo, el corazón de la película, que ocurre en la habitación del hotel de Jean Seberg y que está en su artículo del número 6 llamado “1959” es extraordinaria.
Tengo la impresión, sin embargo, que continuaré con el tema. A propósito de una conversación que tuve hace algunos años con Pascal Bonitzer acerca de Rivette, tal vez diga algo sobre el uso del primer plano en Godard.   


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