La época del borrador - Rodrigo Moreno





En el arte contemporáneo y por extensión en el cine actual, existen artistas y cineastas de formas acabadas. Son aquellos cuya obra es el emergente de un proceso de trabajo y el resultado de una serie de aciertos y errores producidos durante cierta búsqueda; allí la obra resulta monolítica, la escultura perfecta que se encontraba dentro de una piedra de la que no vemos más que sus redondas conclusiones. En otros también es el emergente de ese proceso sólo que la obra consiste en mostrar esa tensión, ese debate que aún no ha concluido, la obra se muestra abierta, nada ha concluido aún, el hombre no llega a ninguna parte, sólo transita y el movimiento que se desprende de cualquier tránsito es la forma a la que el artista pretende alcanzar, no hay punto de llegada, entonces no hay conclusión posible. 

De aquí se desprende un tercer caso, o un segundo subcaso. Es aquel en donde el emergente no es más que el propio proceso pero sin tensión alguna, lo que se muestra es el borrador, aún más, lo que se muestra son los apuntes o las notas del artista, como si hubiera una obra oculta que el artista decide dejar de lado, sin siquiera referirse a ella, lo que se ve es lo que la circunda, más allá de sus bordes, como si fuera el negativo de la misma. Aquí prevalece el diario, los apuntes, las notas, nada se articula demasiado sino a través de una primera persona, la del artista, que considera su proceso aún más importante que su obra. Sabe que lo que puede producir es sólo un backstage, una trastienda de una obra que no existe sino sólo a través de su proceso. A diferencia del artista de formas acabadas en donde el fracaso de la obra implica el fracaso del artista, aquí tanto artista como obra están protegidos por el propio juego teatral de su documento: no hay fracaso posible porque no hay obra. Todo es parte de un fracaso que no es exactamente personal sino ya de nuestro tiempo: lo que fracasa no es el individuo, es la época que dicta entre otras cosas la ilegitimidad de la obra acabada. La obra acabada como la amenaza de una respuesta, y la respuesta como acción casi fascista de la que hay que escapar. Siguiendo esta lógica, lo que se desmerece es la técnica también llamada arte. El arte de un cineasta entendido en términos más bien clásicos consigna la idea del dominio pleno del lenguaje. Los grandes cineastas a lo largo de la historia y más allá del momento histórico en el que aparecen, se destacan por el dominio exquisito de los recursos del cine. Tal vez la muerte de Abbas Kiarostami haya sido el final de una era mayúscula del arte cinematográfico en donde el cineasta brilla no sólo por su humanismo sino por el dominio completo del cine. Algún desprevenido podrá confundir esta idea con el academicismo sin embargo la Gracia del cine poco tiene que ver con la academia. La vitalidad en cualquier arte se encontrará siempre en la vereda opuesta de quienes pregonan un arte técnico pero muerto. 

Pero otro enemigo de la vitalidad puede ser este subcaso, el de la obra desprotegida y el artista expuesto a través de su duda y su poca certidumbre. Allí se advierte una compleja operación de doble fondo en donde todo resulta protegido por la perspectiva de lo soluble e indeterminado. Me inclinaría a pensar que en la contemporaneidad tanto del arte como del cine prevalece esta mirada. Ya no hay obra, hay artistas buscándolas haciendo de cuenta que corren algún riesgo.

Guion/Storyboard de "First Case, Second Case" (Kiarostami, 1979)
"First Case, Second Case" (Kiarostami, 1979)




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