Las metamorfosis - Nicolás Zukerfeld





Hace mucho no veía una película con tanta gracia como "An American werewolf in London" (John Landis, 1981). Y digo "gracia" y no "graciosa" porque Landis logra una tensión inédita entre el terror y la comedia. Esta condición excepcional sólo la logra una persona que conoce profundamente los códigos genéricos y no siente presión alguna, porque goza de esos límites como si fueran un ejemplo de libertad. En "An American..." Landis encuentra placer en filmar paisajes, personas que caminan, sufren, enloquecen y se divierten. Un cineasta que filma la materia (viva o muerta), para el que un tipo desnudo corriendo por la calle no tiene más o menos importancia que un asesinato perpetrado por un hombre lobo en el subte.



El paradigma de una película de hombres-lobo reside, precisamente, en la transformación de lo humano a lo monstruoso. Al menos desde la encarnación de Lon Chaney Jr., este rito de pasaje siempre estuvo un poco encerrado en el recurso técnico: el fundido encadenado. Chaney entonces no expresa horror, sino un rostro impertérrito frente a los efectos de capas transparentes sobre su rostro. 



La tecnología de los 80, sumada al trabajo de artesanos como Rick Baker, permite pensar en un nuevo tipo de transformaciones monstruosas. Sin embargo, si bien Landis aprovecha las posibilidades de esta técnica, lejos de buscar un posible realismo, en "An American werewolf in London" lo importante es la hipérbole. David es una víctima: durante el proceso tiene mucho calor, sufre, grita y se deforma, los huesos se alargan y los pelos del lobo que lleva dentro rasgan la piel como navajas. Pero luego, un plano resignifica todo. Cuando David, ya lobo, puede levantar la vista, la descarga de la mirada se posa sobre un pequeño muñeco de otro monstruo: Mickey Mouse, un hombre-ratón. Frente al ingenuo siniestrismo de un ratón que se disfraza de ser humano, Landis prefiere al lobo de Tex Avery, un personaje libidinoso que rompe sus facciones, estira su rostro y se viste de playboy del Copacabana, pero en realidad no es ni un lobo y ni un hombre, sino, un dibujo animado. Porque Landis no imita a la realidad (¿a qué realidad?) sino justamente a los dibujos animados.




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