Hola, soy Silvia Prieto - Hernán Rosselli

No conocí personalmente a Rosario Bléfari. A pesar de que vivimos muchos años en el mismo barrio y teníamos amigos en común nunca cruzamos algo más que un saludo de cortesía o un comentario al pasar. Me doy cuenta ahora que algo de su presencia me intimidaba. Como si un contacto más cercano pudiese romper cierto encanto.
Rosario Bléfari siempre fue para mí esa chica extraviada con uniforme de promotora que reconocemos inmediatamente como Silvia Prieto. Un nombre que tiene reminiscencias a esa entelequia del ser nacional. 
Tuve la suerte de poder volver a ver “Silvia Prieto”, la maravillosa segunda película de Martín Rejtman, en la copia restaurada que proyectó el último Festival de Mar del Plata y  comprobar que el artificio que le dio vida sigue intacto. Con su economía de baratijas de mercado de las pulgas, ácidos, porros, fajos de dólares en tuppers y trozos de pollo que circulan entre la gracia del cine clásico y la impiedad objetiva del moderno, Rejtman parece haber filmado algo así como la etnografía de su propia tribu. Pocas veces una película logró ese nivel de abstracción con un material tan cercano y contemporáneo. No deja de sorprenderme. No hay en “Silvia Prieto” ni un atisbo del romanticismo cool y bohemio del que pecaron algunas de las primeras películas de Amos Poe, Jim Jarmusch o Aki Kaurismaki la década anterior. La juventud porteña que a mediados de los 90 se agolpaba frente al escenario de "La Luna" de Cabrera y Medrano para ver a las bandas que lentamente fueron germinando en los suburbios de Buenos Aires con la vuelta de la democracia parece retratada por un marciano que nos deja espiar las entradas de su reporte diario. 
Rejtman se apropió del dispositivo de películas corales como “Al azar Baltazar” o “El dinero” para vaciarlo de toda gravedad moral y sentar así las bases de una screwball insólita que hace malabares con lo que encuentra más a mano. Esa sincronía con su objeto es algo irrepetible incluso dentro de la filmografía de Rejtman. Uno de esos pocos y felices casos en los que el cine parece alcanzar a la literatura en la carrera audaz por la forma que siempre parece condenado a perder por el sobrepeso de sus materiales. Y es justamente en la efervescencia del ambiente de la poesía, la narrativa, el rock y las artes plásticas de los 90 de la que Rejtman y Bléfari formaban parte activa que la película parece encontrar algunos de sus condimentos. 
“Silvia Prieto”, todavía más que “Rapado”, plantea de alguna manera una renovación realista que no pretende evitar los tópicos del cine argentino precedente sino insistir en ellos a martillazos hasta hacerlos pedazos, integrarlos a su sistema y sacarles alguna verdad. Los planos de emplazamiento, por ejemplo, no están ya para suavizar los saltos espaciales sino para ensayar libremente el mosaico, el muralismo, el fresco. La cadencia de los diálogos no busca ser espontánea, irrepetible, sino hacer música con el esfuerzo costumbrista que hacemos día a día para lidiar con los otros. Todos esos compañeros de trabajo, los dealers, los familiares, los ex compañeros de la secundaria, los desconocidos sin cara al otro lado del teléfono que hablan, nos cuentan cosas, que preguntan y pretenden que contestemos. 
Por eso el cine de Rejtman plantea un registro de actuación más vinculado con la reflexión, la inteligencia y la destreza que la sensibilidad; como soñaba Diderot en su célebre “La paradoja del comediante”. Y Rosario Bléfari se entrega a ese desafío como nadie.

En un prólogo a la edición de los guiones de “Rapado”, “Silvia Prieto” y “Los guantes mágicos”, Bléfari escribe: “Leyendo sus últimos cuentos me di cuenta que el método de encuadre de situaciones, diálogos y personajes, extrañados de la realidad, puede llegar a consistir en la creación de un vacío alrededor, dejándolos resonar solos, permitiéndoles que reverberen. Ese recorte y señalamiento, ese rodeo, es lo que produce el efecto de absurdo en acciones que no son tan inusuales al fin”.

Ahora que vuelvo a leer la elocuencia, la sofisticada simpleza con la que Bléfari escribió sobre el proceso creativo y la particular poética de la película que la tenía como actriz protagonista, compruebo una vez más que un riesgo formal de esa envergadura sólo puede correrse en complicidad con las personas frente a cámara. Parece una obviedad. Y sin embargo es una situación tan excepcional como “Silvia Prieto”, casi tan excepcional como Rosario Bléfari. 

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