Mi conclusión - Nicolás Prividera



Mientras terminaba de escribir apareció su último texto, así que este será apenas una posdata, agradeciéndole la atención que me ha dispensado.

He tenido el gusto de tener algún cruce, más o menos lejano, con algunos de esos  directores de su generación que aprecio por distintos motivos.

Los veo a todos más o menos respetados por los más jóvenes, pero sin que eso se haya convertido en algo más que un distante homenaje o recuerdo. Una pena, porque si de algo trata todo esto que he tratado de decir es de ese "legado trunco" del que ya hablaba De Ipola en los 80 en un artículo de Punto de vista, y que el cine también ha sufrido.

Pensar diferente es precisamente lo que nos permite dialogar. No, no es una paradoja: es que hablar con los que piensan igual a uno puede ser muy aburrido, a menos que sean amigos. Porque los amigos también saben discutir.

De todos modos, no creo que a usted le interese el cine más que la política, del mismo modo en que a mí no me interesa "más" la política que el cine. Puede pensarse la política sin el cine, pero no el cine sin la política (o lo político, para evitar el equívoco partidario).

No sé si nos traicionaron la política y el cine... Después de todo, ambos son actividades humanas, y son los hombres los que traicionan. Podríamos decir que nos ha traicionado la historia, pero sonaría presuntuoso hasta para Napoleón. De cualquier modo, no se trata tanto de las batallas perdidas sino de lo que uno puede hacer con ellas (para terminar también con Sartre).

Yo lo escucho contar esas anécdotas de los 60 y quisiera que usted escriba algunas de sus memorias aquí o en la revista. Porque creo que esa revisión es algo que nos permite aprender. (Pienso por ejemplo en como rescató Sarlo del olvido "La noche de las cámaras despiertas", un episodio clave para entender esas encrucijadas.)

Le confieso que me interesa más ese voluntarioso comprender el sentido de una época, incluso con sus discusiones, que  su derrotero actual (como esas películas que ponen al final un cartel con el estado actual de sus protagonistas). Lo que no significa que no haya que trazar  esa biofilmografia para buscar una respuesta  también sobre el presente. Aunque supongo que a usted nunca le cayó bien Solanas.

Yo no lo "admiro": lo tengo en "consideración", como usted dice, así como a esos otros cineastas de esos años (sumo a Kuhn a su lista). Porque ellos (ustedes) vivieron un momento que sigue siendo clave para entender la política y el cine argentinos.

Pero no tengo una mirada lineal sobre una época que tampoco lo fue, tal vez como ninguna. Pude ver por primera vez completa "La hora de los hornos" en el 97, lleno de sentimientos encontrados. Asombrado de su potencia  formal pero muy enojado con algunas de sus formulaciones (justamente porque vi la versión con la cara del Che muerto, y sentí que era un llamado sacrificial). Supongo que era una época en la que estrategia y oportunismo se mezclaban. 

Pero no hay respuesta sencilla a la pregunta  sobre la "relación entre la moral, la ideología y la estética". Es una discusión filosófica, ideológica y política... Lo que no podemos hacer es no darla.

Creo que eso hizo Fischerman en "La pieza de Franz". Así que no la pondría en pie de igualdad con “Las puertitas…". Lo que digo es que hay que entender ese derrotero. Y tampoco poner "The players..." como su obra magna, menos para desestimar "La pieza de Franz". Me gusta mucho “Gombrowicz o la seducción” (otra de esas películas que desmienten la condena a todo el cine de los 80), pero creo que es, justamente, la reversión oscura de "The players...". Lo que lamento es que los cineastas que citan a Fischerman solo mencionen esa película. Como si, por repetir mi argumento, el cine moderno argentino solo hubiera tenido lugar en 1968 y 1969.

En fin: aquí lo dejo, hasta más ver. Espero que todos pasemos esta pandemia, y que esa recuperada vida nos permita tener "nuevas discusiones", aquí o dónde el camino nos encuentre.

Abrazo

NP



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