Recuerdos - Mariano Llinás





Cada tanto, mi pequeño aparato celular me informa que ha elaborado un nuevo “recuerdo”: pequeños films automáticos que fabrica motus proprio, recopilando las fotografías y las imágenes que almacena, agrupadas según un día, una temporada o lo que fuera. La de hoy a la mañana (que se ocupa de un viaje al Canadá, un año atrás) es la siguiente:



Como puede verse a simple vista, al invisible genio algorítmico a quien le ha sido encomendada la tarea no le falta ironía. Tampoco audacia: sin conocer cuánto sentido sentido del humor tiene su Amo, no vacila en elegir fotos que lo ridiculizan, que lo muestran jactancioso o pedante,ni tampoco en mezclar su imagen con fotos de políticos repudiados y -en una muestra de osadía política- acabar con un montaje ideológico que mezcla las masas obreras con un huevo frito. En el medio, baraja tediosas sucesiones de escaleras y automóviles quebecoises (que-hay que decirlo- mi teléfono contenía) y no se priva de incluír allí la foto de una vieja amiga- que se ha limitado, sin duda, a enviar aquel día una selfie ocasional- sin saber si no hay allí una infidencia comprometedora. Agudo como una lanza, el endiablado algoritmo.

Alguien dirá: “Esos films automáticos te hacen gracia a vos, pero sólo hablan de una idea condescendiente y convencional del cine. Lo que te hace gracia son errores que comete el programa, que aspira a seleccionar caras y momentos con una curaduría reaccionaria: por eso no vacila en incluír a Juliana Awada. Asume que su rostro ha sido almacenado como muestra de dicha y de belleza, y no como una broma enviada por algún amigo. Es precisamente la ironía aquello de lo que carece: sólo quiere complacer a un espectador veleidoso que quiere llorar viendo sus recuerdos adecuadamente edulcorados, y sentir que es un miembro del jet set. No es azarosa la distribución de “selfies”. Supone un mundo espeluznate: la consagración del espejo complaciente de la madrastra de Blancanieves”.

Yo escucho y comprendo, claro. Y sin embargo, no puede abandonarme la idea de que en estos ínfmos cadavres exquis sobrevuela un gozoso impulso poético. Bretón ha dicho: “Querida Imaginación: lo que me gusta de ti es que no perdonas” ¿Será simple estupidez la que guía a este montajista matemático a esas zonas disparatadas? ¿O habrá una cierta imaginación allí, que sea incluso capaz de dotar de belleza a esas laboriosas combinaciones numéricas?

¿Nos está reservada aún esa esperanza?


Comentarios

  1. Alguien podría decir, también: Esos films algorítmicos pueden proponer por el mismo azar una curaduría vanguardista, en la que esa amable intimidad se ve de pronto sobresaltada por eso que teme la invada, como si no fuera ya parte de ella: la política. Después de todo, la frase de Bretón también se podría aplicar a la realidad, que perdona menos que la imaginación (como sabe cualquier documentalista).

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    1. Que extraño que usted, que sabe, insista para una hiperbólica gilada con eso de que a uno "le asusta" la política, o que uno "teme que la política invada", o ese tipo de macanas. Sabe usted como nadie, Nicolás, que me interesa la política como a pocos. Simplemente he decidido no discutir más con bolaceros ni con burros, y hay que admitir que la discusión política atrae a esas especies como a las moscas la miel. Yo ya me he acostumbrado a que se piense en mí como un millonario, un conservador, un pelucón, un macrista, un petimetre y quien sabe qué otras fantasías creadas por la imaginación de una manga de boludos que piensan que la conciencia política es una acumulación de refranes bienpensantes y un compendio de neologismos. Tengo que admitir que ya no me entusiasma el diálogo con esos polemistas módicos y efervescentes: ya les he consentido demasiado tiempo "a esos infelices que me alzaran la mano". Pero como todo porteño no hago otra cosa que pensar en la política, y usted lo sabe bien. Simplemente elijo no hacerlo en ese conventillo vocinglero y estéril llamado "redes sociales".

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    2. Estimado:
      Yo sé, si. Lo que no entiendo es porque hasta usted se lo toma como algo personal aquí. Lo atribuiré al demonio de las redes sociales. A ver:
      Yo no hable de usted en mi comentario. La que se asusta de la política es esa "intimidad amenaza" que la época propone (por ejemplo desde esos recuerdos algoritmicos) como nuestro estado natural de felicidad.
      Entonces: si a usted no le interesara la política (a la vez sin ser insospechado de macrismo porque se le cuelen esas fotos) no ilustraria su nota con esos rostros luctuosos ni los convertiría en parte de su extrañeza.
      Ahora bien, que usted decida "no discutir más con bolaceros ni con burros" contiene el peligro de que cualquier que quiera discutir lo sea (lo digo porque en otro sitio amigo le aplicó usted ese término a todo el mundo, cuando había ahí de todo, y difícilmente se podía generalizar).
      Cualquier discusión "atrae a esas especies como a las moscas la miel". (En todo caso acaso la política siga conteniendo todavía más pasión, a pesar de todo.)
      En todo caso, usted también muestra algún prejuicio al prodigar esos términos (ninguno tan bello como "pelucón", que dudo usted haya recibido de nadie vivo).
      En fin: si son polemistas no son "módicos y efervescentes": esos son trolls nomás, aunque algunos hayan querido ser críticos de cine...

      PD: Si todo porteño no pensara en otra cosa en la política, no tendríamos la resistencia amarilla enquistada... Acaso "ese conventillo vocinglero y estéril" sea también esta ciudad que supo llamarse Buenos Aires.

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    3. Tiene razón: me lo tomé personal. También tiene que reconocer que usted viene insistiendo con eso desde siempre, incluso en lo referido a este Blog ( y a la Revista en general). Algún día habrá que volver a debatir por qué nuestra generación cinematográfica abandonó las formas directas de enunciación ideológica (no la política, claro está). Usted lo ve como una resignación; yo lo he visto siempre como una forma de libertad. ¿Quien tiene razón? Sospecho que dependerá de los ejemplos que cada uno elija.

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    4. Estimado:
      Reconozco que vengo insistiendo con eso desde siempre, desde ya, faltaba más, es mi caballito de batalla lamentablemente. Digo lamentablemente porque pocos quieren hacerse cargo de la cuestión. Así que me alegro que usted lo haga, si es que lo hace...
      Digo: dice usted "algún día habrá que volver a debatir" y no "debatamos". Hagámoslo de una vez, entonces. Puede ser bajo el formato de cartas sugerido por Filippelli.
      Pero le adelanto, porque vienen ustedes insistiendo con el equívoco: no se trata de "formas directas de enunciación ideológica (no la política, claro está)", sino directamente la política, en su sentido menos amplio si usted quiere. Porque no sé trata de hacer "La hora de los hornos"... Con no tenerle miedo alcanza.
      Pero tampoco es "una resignación" para todo el mundo. Acaso la sea para usted y Filippelli. Al resto no lo veo muy resignado, sino más bien creyendo en esa "forma de libertad". Bueno, de eso trata esta nota y mi intervención: de invertir ese lugar común de la época.
      Así que no creo que dependa de los ejemplos que cada uno elija... Pero le pido que no fatiguemos los comentarios aquí. Escriba usted esa carta. O algún texto que pueda dar lugar a ese diálogo. Y allí vamos.

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    5. Aclaro que la frase eran"con no tenerle miedo al diario alcanza".
      En relación con La hora, como decía una vieja propaganda, más que miedo hay que tener cuidado...

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  2. Marker hubiese estado encantado de meter mano en el algoritmo de ese programa y organizar una estructura de secuencias montadas al azar. Como decía el poeta:

    Coja un periódico.
    Coja unas tijeras.
    Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta
    darle a su poema.
    Recorte el artículo.
    Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que
    forman el artículo y métalas en una bolsa.
    Agite suavemente.
    Ahora saque cada recorte uno tras otro.
    Copie concienzudamente
    en el orden en que hayan salido de la bolsa.
    El poema se parecerá a usted.
    Y es usted un escritor infinitamente original y de una
    sensibilidad hechizante, aunque incomprendida del vulgo.



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