Las Generaciones V- Mi Nuevo Cine Argentino - Juan Villegas




Cada uno tuvo el Nuevo Cine Argentino que quiso tener. En realidad, fue más un rótulo colocado estratégicamente por algunos críticos que una seña de identidad entre los propios directores. Pero nuestra generación no puede negar que lo de Nuevo Cine Argentino sirvió para posicionarnos. En ese sentido, siempre me resultó rara la tendencia que tuvimos, casi desde el principio, para desmarcarnos de esa caracterización de “lo nuevo”. Pero hoy yo quiero hacerme cargo, porque creo que lo que pasó en el cine argentino en el cambio de siglo fue realmente importante y vale la pena seguir pensándolo. 

Digo que cada uno tuvo el Nuevo Cine Argentino que quiso, porque la agrupación de películas bajo esa denominación tuvo más que ver con un criterio cronológico que estético. Se pusieron juntas películas que solo compartían el hecho de que se estrenaron en los mismos años. ¿Qué tienen en común "Nueve Reinas", "Bolivia", "Buena Vida Delivery", "La libertad", "Rosarigasinos", "Ana y los otros", "Cama adentro" y "El juego de la silla"? Solo una coincidencia temporal y el hecho de ser óperas primas. Ponerlas juntas no sirvió de nada; solo ayudó a la confusión y los malentendidos. Tampoco tenía sentido (ni lo tiene ahora) crear una categoría en razón de las películas que le gustan a cada uno. El criterio pareció ser el siguientes: “las películas del Nuevo Cine Argentino son las que se estrenaron entre 1999 y 2005 y me gustan a mí. Las que no me gustan, no son Nuevo Cine Argentino”. 

Por eso, para mí el Nuevo Cine Argentino solo debe pensarse desde criterios estéticos. Lo que trajo cono novedad ese momento fue la aparición de algunas películas que se impusieron y llamaron la atención desde la tradición de la modernidad. A diferencia tal vez del otro Nuevo Cine Argentino, el de la década del 60, la apuesta por la modernidad de nuestra generación no fue tan consciente, sino más bien una respuesta al modelo agotado del naturalismo costumbrista del cine argentino de los 80. El hecho de que no haya habido una base teórica consistente detrás del movimiento tuvo consecuencias positivas y otras negativas. Entre las primeras, esa inconsciencia trajo frescura y vitalidad, evitando la copia de modelos estéticos ajenos, la aparición de una novedad real y no forzada. Pero al mismo tiempo, el hecho de que la forma de las películas responda más a un impulso de diferenciación que a una estrategia de posicionamiento estético se hace demasiado evidente como un defecto cuando pensamos la evolución del cine argentino en perspectiva. Hace ya un tiempo que descubrimos que muchos de los que se hacían pasar por modernos eran en realidad oportunistas; vimos con tristeza como la adhesión a algunos tópicos del cine moderno (el deambular, la digresión, la tensión entre lo documental y la ficción, los nexos narrativos débiles) eran en muchos casos más una comodidad que una convicción. Pareciera que ganaron la batalla de la discusión pública aquellos que sostenían que esas supuestas rupturas no eran otra cosa que pecados de juventud y que al fin y al cabo lo que todos queríamos era hacer películas “en serio”. 

Pero algo quedó. Las películas de Mariano Llinás, las de Lisandro Alonso, las de Rodrigo Moreno, las de Alejo Moguillansky, las de Hernán Rosselli, la de Malena Solarz y Nicolás Zukerfeld, las de Rafael Filippelli, las de Matías Piñeiro, entre otras, demuestran que la tradición de la modernidad sigue siendo un camino posible y virtuoso. No nombro a muchos que forman parte de esta revista por favoritismo corporativo. Es al revés: formamos parte de esta revista porque, entre otras cosas, nos sigue interesando la tradición de la ruptura. 



Comentarios

  1. Hay que “hacerse cargo” alguna vez, si, y por eso se agradece esta serie de notas. El problema es que en vez de hacer el prometido revisionismo se refuerzan y cierran posiciones previas. Resumiendo y problematizando lo que se desprende de este texto:

    Sí, “nuevo cine argentino” fue más un rótulo colocado estratégicamente por algunos críticos que una seña de identidad entre los propios directores. Pero si les sirvió para posicionarlos, porque esa “rara” tendencia de no reconocerse en él? Podría decirse que, además del individualismo noventista, pesó la misma falta de “conciencia” que la nota asume más abajo. Explicita e implícitamente. Y también en sus forzadas conclusiones, que no parecen muy lejanas de esos juicios sumarios que se dice venir a replantear en toda esta serie.

    Cada uno “hizo” el Nuevo Cine Argentino que quiso, pero no fue solo por un “criterio cronológico”: eso que aquí se menciona como una “respuesta” al modelo agotado del costumbrismo” no deja de ser un postulado estético, aunque se diera por la negativa. De ahí que fuera llamado por algún crítico “estética de la abstención”, aunque no dejara de haber excepciones y otras lineas. En ese sentido, basta pensar que Llinás tiene más que ver con Bielinsky que con Alonso…

    Tampoco se trata exactamente de que “muchos de los que se hacían pasar por modernos eran en realidad oportunistas” (algo que ya se enunció en notas previas, y parece ser el argumento central de esta serie). Porque si no todos los modernos fueron independientes, no todos los independientes fueron modernos. Había algunos que solo esperaban la oportunidad para ingresar al sistema. Y eso no los hace mejores o peores: en todo caso hay mejores o peores películas. Independientes o no, “modernas” o no…

    Pero, desde ya, para los que quisieron ser ‘absolument moderne’ fue un problema que “la modernidad de nuestra generación no fue tan consciente”, y el hecho de que no haya habido una base teórica consistente detrás del movimiento no podía tener consecuencias positivas sino negativas. Porque la inconciencia no es sinónimo de “frescura y vitalidad”: la admirada Nouvelle Vague era autoconciente y fresca y vital! Por otra parte, si algo hizo buena parte del NCA buscadamente “modernista” fue “la copia de modelos estéticos ajenos” (como la misma Nouvelle Vague).

    Así que siguen reinando “la confusión y los malentendidos”, entre otras cosas que se dice deplorar. Por ejemplo, luego de condenar eso de “las que no me gustan, no son Nuevo Cine Argentino”, esta nota nombra solo a participantes de la misma revista o la misma cofradía… Así que el “favoritismo corporativo” que se excusa no deja de estar presente (también en otras notas previas que hacen idéntica lista). Con solo poner algún otro nombre que rompiera esa endogamia se podía evitar, pero no.

    Es llamativa esa insistencia en los propios nombres propios. Porque es evidente que hay otros (¿o alguien puede creer que el “modernismo” es propiedad intelectual de una revista, una casa de estudios, un festival, etc?) Por solo mencionar uno, cuya ausencia es aquí sonora: Lucrecia Martel.

    En fin: todo lo antedicho es una muestra de lo beneficiosamente compleja que podría ser esta revisión si saliera de esos confortables espacios cerrados de la teoría y la práctica. Porque la “tradición de la ruptura” implica poder dar estas discusiones, en vez de darlas por saldadas.

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