Las Generaciones X - Vamos las bandas - Alejo Moguillansky

 



-'Quiero un café, negro'.
-'Quiero un café, verde'


Eso fue lo primero que vimos de Godard. La primera escena de "Une femme est une femme". Todo lo que nos interesaba estaba allí compactado en dos o tres planos que aún en la verticalidad con la eso nos concernía, seguían funcionando en la horizontalidad de encabalgar una narración que recién empezaba.

Después vino el turno de "Alphaville". Luego "Pierrot..." y "El Desprecio". Finalmente "Sin Aliento". Éramos unos idiotas que veían un film tras otro sin entender nada, orgullosos de esas primera lecturas, niños cándidos que prendían un fósforo y creían con necedad tener la llama de la modernidad entre sus manos. Nuestro proveedor de VHS era inequívocamente Liberarte. La ingenua primera cinefilia se mezclaba con una curiosidad sin mesura por el rock, cierto pop y el New Wave. El nombre de Godard se mezclaba con el de Bauhaus, Joy Division, Bowie, Sumo, Tom Waits, Don Cornelio, Jim Jarmusch o Hal Hartley, cuya "Amateur" habíamos visto en el Lavalle Arteplex y luego corrimos y devoramos "La verdad increíble" y "Trust", caímos enamorados de Adrienne Shelley y festejamos que Martin Donovan era argentino. Era el año 1995 y estábamos en quinto año de la secundaria. Pasábamos horas frente a la pantalla o al parlante fumando una cosa paraguaya que comprábamos en la plaza de Colpayo y Felipe Vallese, que nos dejaba más imbéciles de lo que ya éramos en nuestro engreimiento juvenil. Realmente pasamos ese año y los siguientes reflexionando o holgazaneando en el mundo de las formas a fines de poder explicar el mundo real con alguna teoría más imaginativa que la mera resignación. Detestábamos por igual a cancheros y solemnes. Creíamos que éramos Rimbaud y en realidad éramos Glenn Matlock (el bajista que fue expulsado de Sex Pistols porque "se lavaba los pies muy a menudo y le gustaban los Beatles", cuyo lugar fue ocupado por el mítico Sid Vicious). Leíamos Marcuse y Baudelaire y pasábamos horas definiendo angostos espectros de frecuencias -y una vez allí dentro nos identificábamos cada uno con una pequeñísima onda, unas dos capas más arriba o más abajo que la de el otro. Una irritante sutileza al borde la pura idiotez.

¿Pero cómo había llegado Una mujer es una mujer a nosotros, un grupo de necios varoncillos de 16 ó 17 años, que experimentaban desde algunos años con la música y sustancias?

Había pues una mujer, que ya no está entre nosotros ni en este mundo. Había decidido salir con uno de nosotros. Era algunos años más grande. Y estudiaba en la Universidad del Cine. Traía novedades de Godard, de Antonioni. Traía novedades de un mundo donde había un secreto personaje con información sólo comparable a la de Alfredo Rosso de la disquería de Bond Street (gracias a quien habíamos conocido nada menos que a Pixies).  A ese personaje yo lo conocería algunos años más tarde, se volvería un gran amigo hasta el día de hoy. Se llama Rafael Filippelli.

Eso era el cine moderno para nosotros. Un universo comparable a las distorsiones y disonancias más terribles de cualquier B-Side de The Jesus and the Mary Chain que producían un fervor irracional en nuestra sangre. La forma como una zona sensible donde se podía ejercer la arbitrariedad, la irracionalidad, la violencia incluso. La forma era un campo receptivo donde se podía narrar la historia. Alguna vez le escuché a Pedro Costa hablar sobre el rock como un lugar donde, a diferencia del cine industrial, sindicalizado y verticalizado uno puede decir: 'te fuiste de tempo, y entonces nos fuimos todos de tempo. Vamos de nuevo'. Esa horizontalidad en el hacer iba de la mano con la complicidad en el mirar de un grupo. Creíamos haber encontrado un punto de vista des-centrado desde donde mirar el mundo, el espacio en su misma materialidad (histórica). 

No fue precisamente en mi generación de cineastas donde yo encontré nuevos socios para estas pasiones. Fue en todo caso (más allá de aquel viejo lobo de mar del que yo había oído escuchar de adolescente y que ahora formaba parte del paisaje afectivo) en las generaciones anteriores o posteriores a la mía (la de Llinás, la de Piñeiro) donde ensayamos formaciones de bandas de cineastas que se continúan hasta el día de hoy (pero esa es otra historia, y otro escrito) y que siguen produciendo películas como artesanos o adolescentes semi-organizados, mal que le pese a la anteúltima línea redactores del INCAA. Sin embargo ayer -parece- los aullidos de Peter Hammil han surtido algún efecto. El rock no ha muerto.



Comentarios

Entradas populares