Cuerpo entero - Bruno Dubner

Una particularidad del cine que no se da en ninguna de las otras disciplinas que se dedican a la imagen es su horizontalidad.

La forma cinematográfica podrá ser más o menos cuadrada, tal vez exageradamente expandida, pero si hay algo que nunca podrá, es ser vertical. 

En la pantalla lo erguido rara vez se nos muestra en su totalidad. Necesariamente aparecerá recortado o allá a lo lejos.

Habrá algo fuera del alcance de la cámara y del espectador que literalmente no estará en la pantalla; pero aún así y según quien realiza la película, se nos brindará más o menos completo.

Surge naturalmente una pregunta: ¿cómo encuadrar lo vertical, todo aquello de pie, en un horizonte?

La forma pantalla se adecúa más al encuadre de un cadáver que al de alguien que se desplaza caminando. Lo vivo no se corresponde con el cine. 

El cine en una sala no está hecho para lo viviente. Puesto de otra manera: el cine estalla para bien cuando lo vivo aparece en un formato que nace como un vehículo ideal para lo muerto.

Por eso el cine está en su casa cuando se entrega a la muerte, al sexo y a los sueños: acciones que habitualmente tienen lugar en una cama.

Por supuesto, la cama es un standard y cada quien hará con esa convención lo necesario para llevar la obra a buen puerto dentro de la fatalidad horizontal.

Tampoco hay que olvidar que así como este formato no se corresponde con la vida humana, por otro lado, sí es igual de amigable con los automóviles y los animales que se desplazan en cuatro patas.

El cine encuentra su espacio en lo yacente.

Quizás la famosa frase de Hitchcock, esa de filmar el sexo como un asesinato y un asesinato como el sexo, deba ser tomada de manera literal.