El documental I (La vida cómoda) - Sergio Wolf







Me escribe una persona que no conozco pidiéndome que mire un corte de su documental. Intento desembarazarme del pedido aduciendo otras urgencias pero su insistencia es más tenaz que mis excusas. Ya en la primera escena no logro seguir la fluidez del encuentro del protagonista con otro personaje porque irrumpe una de mis bestias negras del documental. La cámara elige uno de los planos cómodos del documental, el del seguimiento del personaje tomándolo de espaldas, elección que le permite al director matar dos pájaros de un tiro (y con esa misma bala, de paso, toda posible ilusión de una buena película): acompañar cualquier movimiento imprevisto que el tipo haga o algo que suceda en el recorrido y al mismo tiempo poder aprovechar que está de espaldas para zamparle todos los textos que entren en ese desarrollo, “porque no se nota” si está hablando o no mientras camina. Pero las desgracias nunca vienen de a una y en la segunda escena aparece mi otra bestia negra: estamos con el personaje en el interior de su casa y el director decide editar la conversación valiéndose de los otros dos planos cómodos del documental, esta vez los que ayudan a planificar la escena con un personaje sentado, es decir, filmar la entrevista y luego “hacer los detalles”, lo que -traducido a la jerga del/ de la documentalista cuyo apuro se traviste de practicidad-, supone alternar algunos planos de su rostro y su diálogo en sincro con otros planos detalle de sus ojos o sus manos. Estos detalles, como sabemos, pareciera que son muy útiles porque se supone que mantienen el carácter expresivo del personaje pero a la vez permiten adosarle el texto que fuere. Después de esas dos escenas supe que no podría terminar de verla y duré unas pocas más, solo por un gesto de civismo y cortesía y para mientras poder pensar una devolución que atenuara el brutal enojo que me producen esas elecciones. Pero el malhumor me acompañó por el resto del día hasta que decidí escribir este texto. 

Vaya uno a saber quién fue -aunque lo intuyo y la estoy mirando, te estoy mirando, televisión, no te hagas la distraída-, pero esos planos cómodos son la negación misma del documental, porque se supone que el trabajo sobre lo real no debiera tener cobertura. Hacer los planos detalle de los ojos y las manos después de haber grabado el diálogo con el personaje es un acto de previsión que calcula -recién concluida la escena- que hay partes de ella que habrá que editar y que se edita igual que cualquier escena con otro personaje de ese documental y que cualquier escena con otro personaje de cualquier documental del mundo, antes y después de éste. ¿Para quién se hacen esos planos, esos de mi segunda bestia negra? Es indudable que el montajista, si replica la comodidad del director, los va a agradecer porque va a poder montar la escena con facilidad, solo tiene que haber sido bendecido por la suerte de que el director haya hecho muchos de esos planos de manitos y ojitos, así poder variarlos en distintos momentos sin que se note que están todos hechos a repetición, con el “dale, dale, que nos vamos”. También se hacen para el productor, que agradece que va a pagar menos horas al editor pensándole soluciones a la escena, porque ya vienen hechas. Pero, el director, ¿las hace también para sí mismo? O dicho de otro modo: qué es lo que se hace a sí mismo cuando hace todo eso para los otros? Y además, ¿qué es eso de que “no se nota”? No solo se nota que se hicieron para disimular la pereza para cortar el audio sino la del propio director para imaginar, en el rodaje, otras opciones que luego puedan reorganizar esa escena en edición. Creo que hay ahí un correlato: no se piensa en el rodaje para no pensar en el montaje. Eso, por supuesto, viene con otra idea siniestra, la de que el montajista opera sobre el material, lo ordena, pega sincros, clasifica, convertido en una especie de burócrata de las imágenes y los sonidos y no alguien al que el material filmado empuja a pensar, a tomarse el tiempo para inventar, tiempo que el director que me mandó su documental cree que no hace falta que tenga. La vida cómoda imagina un cine dócil, ese oxímoron.



Comentarios

Entradas populares