El documental y yo - Rafael Filippelli






Cuando a finales de los años 1950 elegí al cine como un deseo, pero también como una profesión, o yo no la escuchaba o no se usaba demasiado la palabra "documental". No es que nadie los practicara. Es más, muchos de los cortometrajes que se filmaban en ese momento eran documentales. No se los llamaba películas debido a su corta duración pero no se los llamaba documentales: se los llamaban “cortos”. 

Muy poco más tarde conocí la famosa Escuela de Cine Documental de Santa Fe que dirigía Fernando Birri. El paradigma era “Tiredié” y “Los inundados”. En esa misma Escuela dieron clase Juan José Saer, Hugo Gola, Adelqui Camuso y varios más. Ahí estudiaron Raúl Beceyro, Jorge Goldemberg, Marylín Contardi, Esteban Courtalón y varios más. No me cabe otro remedio que confesar que ya en aquel momento no me interesaba demasiado lo que ahí se producía. No es el momento de tratar de explicarlo pero me producía rechazo lo que, a falta de una expresión mejor, llamaría dogmatismo. Sintetizándolo mal: el llamado documental me sugería un encierro y la ficción se me asemejaba a la libertad. De hecho, no veía demasiados documentales. Recuerdo haber leído no sé dónde una frase de Renoir que decía “El documental es insincero por naturaleza”. No por eso dejé de leer los –llamemosmanifiestos de la escuela inglesa, aunque en realidad lo que veía eran las películas ficcionales de ese período: Karel Reisz, Tony Richardson, Lindsay Anderson y compañía.

Más tarde no sólo filmé mis propias películas sino que traté de pensar en la influencia que, primero el neorrealismo y luego el cine de los 1960 tuvieron sobre la distinción entre ficción y documental. Para decirlo rápidamente se ponía en evidencia una cierta laxitud entre ambas expresiones.

Y, sin embargo, volviendo al título de estas notas, se supone que yo mismo filmé documentales. Puede ser. Lo que sí puedo asegurar es que nunca tuve esa intención. No voy a cometer la indiscreción de citar películas dirigidas por mí. Lo que sí puedo decir es que jamás las pensé ni las filmé como si fueran documentales. Siempre emplacé la cámara donde se me dio la gana, sin encontrar ningún obstáculo para hacerlo; repetí las tomas todas las veces que lo consideraba necesario, dirigí a los supuestamente no actores cada vez que me parecía necesario hacerlo y el montaje fue continuo o discontinuo según se me diera la gana a mí.

A pesar de lo que digo, es imposible no reconocer que hoy las cosas cambiaron y mucho. Tal vez esté pecando de audaz, pero a mí me parece que la moda actual de teorizar el documental y sus variantes expresivas (como bien señala Sergio Wolf en un texto reciente) pone de manifiesto lo precario de lo que se afirma y, sobre todo, sirve para ocultar los problemas que atraviesa el cine actual. No el documental. El cine.



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