La comedia del montaje - Nicolás Zukerfeld




En "Una noche en la Ópera", la que hasta ahora es su última película, Sergei Loznitsa narra la llegada de un grupo importante de personas a una gala en La Ópera de Paris. El material de archivo reúne a figuras que van desde Brigitte Bardot a Jean Cocteau, de André Malraux al General de Gaulle, de Charles Chaplin a la Reina de Inglaterra. Cada uno de los invitados es recibido por una horda de personas en la puerta, fotógrafos, y pequeñas bailarinas que protocolarmente entregan, entre terciopelo, ninfas y querubines, un ramo de flores. En los balcones interiores del pasillo de La Ópera, una orquesta interpreta composiciones de Mozart o Strauss. La escena es fastuosa, excesiva, pero también, por momentos torpe y de una gracia casi Kafkiana: como en "Ante la ley", los invitados nunca parecen entrar, sino estar detenidos en un limbo espacial o temporal, esperando una contraseña que nunca llega. La Marsellesa que escuchamos una vez que todos están dentro de la sala nos recuerda a un grupo de prisioneros durante la primera guerra mundial. ¿Algún canciller inglés se sacará la peluca? ¿Volverán los alemanes a tomar Dumont? De repente, el silencio. El telón se abre y María Callas entra en escena. Comienza el Acto I de "El barbero de Sevilla" de Rossini y Callas interpreta "Una voce poco fa". El Aria termina y el palacio de Garnier estalla en aplausos. La soprano agradece y cae el telón. De repente, mientras todas las imágenes estaban registradas en blanco y negro, un plano, un solo plano aparece en color: la araña de seis toneladas cuelga del cénit, pero los colores no son casuales, sino, quizás, la mejor manera de registrar la pintura hecha por Marc Chagall en 1964. En la calle, la policía intenta frenar el avance de fanáticos por sobre las vallas, como si de Los Beatles se tratara. Fuegos artificiales, explosiones y representaciones teatrales al rededor del fuego en la puerta del teatro nos dicen adiós. 

Pero nada de esto fue exactamente así. El material que utiliza Loznitsa proviene de tres archivos diferentes: "Prestige de L'Opéra" (Jean Bern, 1970), "Carmen" (Roger Benamou, 1959) y "La grande nuit de l'Opéra" (Roger Benamou, 1958). El sonido, como ya lo ha practicado el cineasta ucraniano, por momentos es directo, pero en otros, está completa y milimétricamente doblado y, a su vez, inventado: desde los pasos de Jean- Claude Brialy  hasta el relincho de un caballo. Sin embargo, Loznitsa no nos obliga a creer nada. No está en él la voluntad de que nosotros creamos que allí, ese noche, todas esas personas se dieron cita. Y sin embargo, es eso exactamente lo que sucede. Es decir, más que creer en que eso sucedió, uno cree en el montaje. En su potencia creadora e incluso cómica. Al igual que Gene Kelly, Donald O'Connor y Debbie Reynolds en "Singing in the rain", la gracia no reside solo en el hecho de que veamos todo su cuerpo moverse, desde el primer pelo de su cabeza hasta la chapita de los zapatos, sino en la transformación de un espacio en otro, de la cocina al living. Es en esa metamorfosis del espacio y el tiempo donde también encontramos la gracia. En ese empalme perfecto, en en esa danza prohibida.

"Una noche en la Ópera" narra la historia de un grupo de personas que, en una lenta procesión, entran a la Ópera de Paris, simultáneamente en 1970, 1959 y 1958, como si el tiempo no existiera. Al igual que ese trío de bailarines celebrando lo hermosa que es la mañana antes de despertarse de un sueño. O como cuando también un trío de cómicos, desafiaron los límites del encuadre, haciendo ingresar un número infinito de personas en un camarote, aquella noche en la ópera. 



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