Lo documental II (Monólogo exterior) - Sergio Wolf





Varios años después de que muchos amigos con quienes comparto afinidades y rechazos me hablaran de ella con entusiasmo, me decido a ver "The Joycean Society", la película de Dora García centrada en un grupo que ha dedicado décadas a estudiar el "Ulises" de Joyce. Dora García no sigue las prerrogativas de no intervención en las escenas que se van sucediendo, y que dicen presupone el decálogo del documental de observación, curiosa sub-especie que profesan los únicos documentalistas que al parecer miran por el visor de la cámara, no como los otros, que no observamos nada cuando hacemos los nuestros. Luego de unos pocos planos exteriores de la tumba de Joyce, convenientemente nevada, García dedica todos sus afanes a filmar a ese puñado de excéntricos, fanáticos de una masonería literaria, caballeros de una causa perdida, criptógrafos cuyo afán no es la posteridad sino una pasión sin mayor destino que el de cultivarla en una silenciosa interioridad semejante, quizás, a la de aquellos monjes copistas medievales, cuyas anotaciones en los márgenes de los libros eran improbables botellas al mar de futuro. La directora mueve la cámara entre ellos, errando como si fuera una pescadora que al no querer pescar nada en particular pudiera pescarlo todo, rescatando pedazos de esas lecturas y discusiones que nunca terminan y donde conviven la erudición con la charlatanería o la asociación libre, pero en las que no elige un personaje ni un momento: no hay temporalidad, y así la película podría durar una hora, dos, cien o mil. Hay algo claramente extraordinario en esa excavación de un universo que emerge de las catacumbas y que nos hace ver esas sesiones que combinan el delirio y la sofisticación como si nos hubieran permitido inmiscuirnos en una reunión de espías en plena “guerra fría” o alguna otra forma de sociedad secreta a la que el título alude. Es algo que siempre ha sido una de las fortalezas del documental (desde los travelogues de los cameraman de los Lumière hasta hoy): la revelación de un mundo, desconocido, misterioso. Pero esa actitud de dejar flotar la película encuentra su límite cuando la directora empieza a intercalar diálogos y escenas que salen de ese sancto sanctorum joyceano y en los que algunos de los criptógrafos cuentan frente a la cámara por qué hacen lo que hacen. Diría que no pudo sostener el plan inicial y tropezó con uno de los monstruos del documental, la necesidad de explicar, anulando de un solo golpe todo el plan original que hermanaba la disciplina de esos fundamentalistas con la del propio film. De pronto, en una simple decisión, Dora García ha iluminado la oscuridad como cuando se prenden las luces del teatro al terminar la función y al hacerlo esclavizó su película inquietante al territorio de la información, le quitó toda singularidad a sus maniáticos personajes y los volvió parte un genérico o un formato tranquilizador y constructivo, pretendiendo rescatarlos de la felicidad monstruosa que nos hacía quererlos. El juego era que estos personajes  intentaban traducir lo intraducible, lograr una improbable explicación que buscando la objetividad no hacía más que duplicar la subjetividad, confirmando la resistencia de la materia joyceana. Traducir o explicar un monólogo interior de Joyce es una causa perdida desde el vamos y esa era la potencia de la película... Ya allanó el camino, los tradujo, ahora sí podrán interesarse en ellos la televisión o la prensa. Hasta aquellos que se dicen artistas conceptuales terminan repitiendo esa contradicción en los términos que predica que el documental es un género (pero esto queda para el próximo texto. Continuará)



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