¡OBREROS! - Cristian Pauls

                                                   

                                                                                    


LA UTOPÍA ES LA VERDAD DEL MAÑANA                                                                                        - Victor Hugo


Aunque el cine militante de los '60 y principios de los '70 le confería un lugar central, la clase obrera desaparece de la escena cinematográfica poco tiempo después. Incluso, desde los mismos finales de aquella primera década, lo mejor de los documentales militantes no retrataba ya la utopía en marcha sino a individuos más que la clase a la que representaban: personajes más que dogmas, pasiones más que voces de orden, la revuelta pasó a encarnarse en figuras solitarias, inasimilables, refractarias a toda recuperación. Un recorrido sintomático de ese estado de cosas podría imaginarse a partir de "La reprise du travail aux usines Wonder (1968) hasta llegar a algunos documentales contemporáneos como “El hombre sin nombre” de Wang Bing o “Fading” de Olivier Zabat: el cine ha terminado por filmar a los parias en los márgenes de nuestra sociedad. Las figuras del excluido y del inmigrante parecen haber desplazado a la clase obrera.

En lo que tiene que ver específicamente con el mundo del trabajo, el cine se restringe hoy -con muy pocas excepciones- al registro de los conflictos. Que la mayoría de los films actuales consagrados a los trabajadores se organicen en torno a los cierres de las fabricas/empresas y a las luchas que intentan revertir ese orden es manifestación de un cierto estado de la cuestión: en ellos la imagen que se extrae de los trabajadores parece ligada a una idea del fin de la historia social y política, allí los trabajadores son pensados como náufragos del progreso y de la mundialización.

Declaradas o expuestas, las dificultades para documentar el mundo laboral parecen siempre menores y relativas a restricciones de orden logístico tales como lograr acceder al interior de fábricas o empresas. Nada parecería más simple entonces que filmar el trabajo. Sin embargo, dar cuenta de esa experiencia, ¿qué querría decir exactamente? ¿Qué del trabajo es lo que se deja filmar, volverse imagen y sonido? ¿Por qué ese mundo ha quedado tan frecuentemente afuera del deseo o el interés actual de los cineastas?

Una primera hipótesis podría hacer suponer que lo propio del trabajo es del orden de la experiencia y no de la transmisión. En tanto hecho individual, una dificultad: ¿cómo hacer hablar a esa experiencia? Ese vivido, ¿cómo atraparlo, como dar cuenta de él?

El trabajo, filmado hoy, no consiste sino en la exhibición de las apariencias: duración física, condiciones de trabajo a menudo precarizadas, fuerza desplegada, lo visible de la cadena del trabajo. Paradójicamente, se trate incluso de films militantes, el trabajo sigue considerado como una práctica aislada de otras prácticas sociales, escindida de la verdadera otra vida, la del ocio. Y esto porque la oposición trabajo/ocio es vivida como excluyente, al menos en las sociedades occidentales, y porque el cine debe rechazar entonces todo lo que podría parecerse a un trabajo en el tiempo del no trabajo. Por eso: evitar mostrar lo que se inscribe de negativo en los cuerpos, la usura, la enfermedad, la explotación, el accidente. El trabajo debe ser estetizado para eludir lo peor: si las películas le conceden lugar debe ser siempre circunscripto a una práctica social aislada de las otras. La victoria del capital reside menos en la cantidad de films producidos sobre el trabajo que en el mantenimiento a todo costo de la separación entre vida y trabajo.



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