Maradona en pantalla grande - Laura Spiner





El año pasado en el Festival de Cine de Mar del Plata se proyectó la película de Asif Kapadia, Diego Maradona (2019), que ya había tenido su proyección inaugural en el Festival de Cannes. Recuerdo estar con amigas realizando las famosas exigencias atléticas entre salas, atravesando de lado a lado el centro marplatense para llegar a cumplir con el riguroso cronograma, y que al final del día, después de haber visto tres o cuatro películas al hilo, decidimos tomarnos un recreo y entrar a ver la película sobre la vida de Maradona y su paso por el club italiano. El día triste de hoy me trajo a la memoria el comienzo del film, que si mal no recuerdo sucede más o menos asídos autos pequeños, entiendo que de la marca Fiat, recorren a toda velocidad las calles de Napoli, la más poblada de la región del sur de Italia. En uno de esos dos autos, el de color azul, suponemos que va el joven Maradona. En el otro auto, con la cámara pegada al parabrisas, los perseguidores-periodistas haciendo su tarea a la perfección, la de conseguir todo documento posible de su llegada al club. La escena bien podría ser parte del film The italian job (1969) que filma una fantástica persecución de autos pequeños, en aquel caso mini cooppers, por la ciudad de Torino. Acostumbrados nos tienen las últimas grandes producciones a los estrafalarios autos deportivos como protagonistas de las películas de ese género, pero en la película de Asif Kapadia se invierte la lógica. Son aquí estos ágiles pequeños autos, que nos recuerdan a las corridas y gambetas del jugador, los que nos permiten recorrer las angostas calles, esquivando el éxtasis de la ciudad y de los fanáticos hasta llegar a la puerta del estadio napolitano donde lo espera una multitud. La escena que da comienzo al film está sostenida con la misma precisión con la que Maradona hace sus jueguitos en pleno calentamiento antes del partido: una parte de control y otra de sorpresa. Como el truco del mago, lo inesperado doblega a lo esperado, el asombro triunfa. El auto que lleva al jugador y el otro, que lo sigue como a su sombra, se mueven con la velocidad con la que Diego Maradona lleva la pelota, que es también con el gesto y la precisión de un cuerpo danzante, el de un bailarín de ballet, que sólo parece natural cuando la práctica constante ha logrado que su ejecución se convierta en una segunda naturaleza. La secuencia de la persecución culmina con la entrada triunfal de Maradona a la sala de conferencia de prensa para ser presentado por el presidente del club ante el público y los periodistas. Expectantes, asistimos a las primeras preguntas que le hacen a Diego Maradona en el país extranjero: si sabe qué es la camorra y si conoce que el dinero de la camorra está por todas partes. Como si fuera éste el pulido punto de ataque” de un guión, se inaugura un momento de enorme peligro entre el periodista, el presidente y el jugador. Acto seguido, el joven Maradona sube las escaleras que lo dejan en el pasto y luego, aturdido, estupefacto, entre forcejeos, levanta los brazos a la multitud que grita: ¡Diego! ¡Diego! ¡Diego! Y esa imagen, la del joven Maradona que no sabe nada, me recuerda a las palabras de W. H. Auden sobre los poetas: "no hay nada que un poeta en ciernes sepa que debe saber. Se encuentra a expensas del futuro inmediato, ya que no tiene motivos concretos para no ceder ante sus exigencias; y, hasta donde sabe, ceder a su deseo inmediato puede resultar eventualmente lo más atinado que pudo haber hecho. "


Así comienza la película, con la atracción que tiene todo material que intente acercarse a la vida del genio durante esos años gloriosos en suelos italianos, desde sus primeros títulos con el Napoli hasta el festejo mundialista con la selección


Y mientras fantaseábamos y gritábamos todos esos goles en pantalla grande en un cine de Mar del Plata, todos allí comprendimos que la belleza es una cualidad finita que el tiempo tarde o temprano arrebatará.

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