Sobre Masculin Féminin - Alejo Moguillansky




A diferencia de Villegas, que no veía “Masculin Féminin” desde 1995, ese film de Godard filmado en 1965 y estrenado en 1966 fue siempre para mí un centro de gravedad alrededor del cual he tratado una y otra vez de orbitar. 

Podría simplificarse una definición de ese film: un estudiante algo idealista, convocado por la militancia se enamora de una cantante pop en ascenso en el París de mediados de los sesenta. Uno de los tantos intertítulos en algún momento los explica: estos podrían ser los hijos de Marx y Coca-Cola. O mejor aún, tal como rezaba un slogan en su afiche original: el sexo y la juventud de la Francia de hoy. 

Hay algo evidente y probablemente la haga una de las películas más difíciles de clasificar o ubicar en la filmografía de Godard (como señala Filippelli): su factor de retrato generacional. Porque más allá del contraste evidente de dos discursos enfrentados en los personajes de Léaud (el estudiante) y Chantal Goya (la cantante) hay una figura cinematográfica que atraviesa todo el film generando varios de sus codazos narrativos. Es la figura de la entrevista

Son varias las entrevistas dentro del film: la larga escena del baño donde enfrenta dos entrevistas como si fueran contraplanos (es famosa la anécdota de Godard soplándole al oído las preguntas al entrevistador que no esté en cuadro) pero también la entrevista propiamente dicha (es decir sin el disfraz de un diálogo posible) a una chica cualquiera, a la que la película decide titular: Diálogo con un producto de consumo. De alguna forma “Masculin Féminin” es un estudio sobre la entrevista en el cine. Es una obviedad pero debe ser dicho: no es una inocencia argumental que el personaje de Jean- Pierre Léaud se gane la vida haciendo encuestas.

Hay algo que una voz en off de Léaud dice explícitamente durante un pasaje del film destinado a elipsar tres meses del relato con registros diurnos y nocturnos de París y Léaud caminando cual Keaton en la multitud: Las preguntas que yo hacía perturbaban y deformaban la mentalidad colectiva. Mi falta de objetividad, aun cuando era involuntaria, tendía a provocar respuestas falsas de los entrevistados. Sin querer los engañaba y era engañado por ellos. ¿Por qué? Porque las encuestas de opinión desvían su propio objetivo, que debiera ser la observación del comportamiento.... Descubrí que las preguntas que yo hacía representaban una ideología que no era la del presente sino la del pasado.

¿Qué es lo que vemos entonces cuando filmamos una entrevista? ¿Aún cuando la usamos, aún a la vista de todos, como un diálogo posible del relato? Yo mismo he abusado de ello en mis intentos cinematográficos. Sería el caso más flagrante de una inversión godardiana que podría pronunciarse “la mentira a 24 cuadros por segundo”. Y sin embargo siempre existe un trasfondo documental capaz de develar el reverso de cada imagen. Siempre existirá esa franja que el personaje de Léaud hubo llamado comportamiento y se halla en el terreno de lo no decible, de un tipo de ficción difícil de imaginar porque viene justamente del seno de lo real y pertenece al campo de lo imaginario. De alguna forma no es algo tan distante a lo que pretendía Bresson: no es Juana de Arco, es Florence Delay diciendo textos de Juana de Arco. Y aún en ese simulacro nunca se ha filmado a Florence Delay tan desnuda, tan fulminada por un punto de vista que la atraviesa y la recupera para la patria cinematográfica. El retrato que elabora “Masculin Féminin” tiene, ciertamente, un espíritu antropológico. Lo que se trata de filmar es el uso político que sus personajes hacen del lenguaje, la resistencia a los clichés, las incapacidades en el decir, los lugares comunes disfrazados de originalidad, el límite del uso literal del lenguaje. De alguna forma se trata de una de las formas más contundentes de retratar políticamente a una generación: filmarlos, desde el pasado hacia el presente, mintiendo.



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