Cambalache - Mariano Llinás




Filippelli, sobre el final de “Las Generaciones VI” , utiliza (para relativizar el arbitrario recorte generacional, que coloca el azar cronológico por encima de cualquier otra afinidad) el recurrente ejemplo de Discepolo y su metafórica vidriera de los cambalaches. Acaso sea preciso recordar que Discepolo se equivocó con su profecía: mientras los nombres de Napoleón y San Martín  mantienen incólume en su lugar en la historia, no puede decirse lo mismo del atlético Primo Carnera, ni de las remotas fechorías de Alexandre Stavisky o el enigmático “Don Chicho”, a los cuales los versos los equiparaban. En el mismo sentido, cabría preguntarse qué misteriosos caminos separan a quienes están llamados a una persistencia a través del tiempo de aquellos a quienes sólo un espejismo consigue rescatar por unos instantes de la noche  a la que están inexorablemente destinados. Alguna vez, cuando trabajaba en el Noticiero del Bafici, me vi obligado a filmar trofeos obtenidos en festivales de cine. Nuestra lista era ambiciosa: intentamos con el Oscar de Puenzo y la Palma de Oro de Solanas, pero ninguno de esos próceres, por un motivo u otro, fue capaz de hacernos llegar esos preciados souvenirs. Nos vimos obligados entonces al registro de premios menores, de festivales que la historia no recordaba. Fue un paseo desgarrador por el desacierto, la vanidad y el olvido. ¡Cuántos de aquellos trofeos resultaban alegorías de carreras truncas, de ilusiones fallidas y de imágenes que nadie volverá a ver jamás!

Todo sea dicho: yo también he sido jurado. Yo también he entregado premios injustos o engañosos a obras en las que nunca he vuelto a pensar, llevado por la comodidad el consenso, la miopía o la resignación. He llegado a pensar que los premios están para eso, para dotar de un fugaz paso por el podio a piezas cuyo destino definitivo es el anonimato. También se les ofrecía un vaso de aguardiente a los condenados a muerte.

Algo similar sucede con las listas que a los críticos les fascina hacer sobre las mejores películas de tal o cual período (en estos días ha circulado una, ejecutada con calculado ánimo provocador por un niño travieso, cuya ambición no tiende a ir de la mano con la agudeza). Suele haber allí un elocuente desfasaje: Cuanto más lejano sea el período sobre el cual se realiza el inventario, mayor es la unanimidad. Inversamente, el balance sobre los contemporáneos tiende a repetir la confusión y el desorden, en una anárquica marea de futuros ilustres y futuros ignotos. Hay allí una pregunta fatal, que acecha a los historiadores desde hace años: ¿Cuál de las dos listas tiene razón? ¿Aquella que descansa en los consensos o aquella en la que aún es perceptible la indecisión de la Historia, como un grupo de nubes que el horizonte  habrá de llevarse quien sabe hacia dónde?

Semanas atrás, en medio de una clase, me encontré consultando en Wikipedia la filmografía de Eraldo da Roma, el famoso montajista italiano, responsable de la edición, entre otras, de “Ladrones de Bicicletas”, “Alemania año cero” y “El Eclipse”. Como puede adivinarse aquí: https://it.wikipedia.org/wiki/Eraldo_Da_Roma

La devastadora enumeración de películas (tres o cuatro en un año) igualaba en un extraño comunismo a las obras maestras neorrealistas con pequeñas producciones péplum o veloces comedias familiares. ¿Sería consciente el propio Eraldo de esa paradoja, del propio Cambalache que era su vida? ¿O diría simplemente: “Mi amor, terminé la de Rossellini; mañana arranco “L’innocente Casimiro”. ¡Ah, y una buena:  me confirmaron la de Mastrocinque!” 


Comentarios

Entradas populares