Las Generaciones VIII (La tradición moderna) - David Oubiña




Mi perspectiva sobre los 90 y sobre el Nuevo cine está determinada por la experiencia con el cine de los 80. Supongo que debe ser bastante parecida a la de Sergio. En los 80, yo había asumido una especie de misión patriótica: veía todas las películas argentinas que se estrenaban. Era mi contribución al cine nacional (así como había otros que mandaban la entrada al INCA para participar del sorteo y ganar "fabulosos premios"). Y fue una experiencia terrible. Por eso, fue tan bienvenida la aparición –aunque fuera tímida o imperfecta– de algo diferente con "Rapado", "Picado fino" y luego "Historias breves", "Pizza birra faso", "Mundo grúa", "Todo juntos", "La ciénaga".

Me parece que, en ese sentido, El Amante y Film estuvieron en el lugar indicado en el momento justo. Pero no estoy tan seguro de que el Nuevo Cine haya sido producto directo de las revistas. Fueron las escuelas de cine (la FUC, claro, pero no sólo) las que formaron a los cineastas. No sé cuántos de esos estudiantes leían las revistas en un sentido formativo. Muchos de los cineastas nóveles veían con desconfianza a los críticos (un aliado impredecible) y se resistían a que les dijeran que formaban parte de un movimiento de renovación. En este sentido, fueron los propios realizadores los que más se opusieron al rótulo de nuevo cine ("no sé de qué me hablan, yo sólo hago mi película"). Como si fuera una etiqueta que pesaba y que condicionaba.

El BAFICI fue muy importante, sin duda. Aunque habría que ver en qué medida promovió el pasaje de cierto amateurismo a un amateurismo profesional. Quizás era una derivación inevitable. Pienso en Lisandro Alonso eliminando un plano de su película a pedido del festival de Cannes y como condición para que la película se exhibiera allí. Una oferta difícil de rechazar. No estoy poniendo en cuestión las decisiones de un cineasta. Sólo describo. Pero me pregunto, entonces, si el festival, además de dar a conocer a muchos directores (y hay que estar agradecidos por eso), fue también la promesa de ser famoso y viajar. Y, entonces, pudo haber sido un inevitable golpe de gracia para esa incipiente renovación. O un catalizador de lo que iba a pasar de todos modos.

El recorrido personal que señala Rodrigo Moreno (avanzando hacia la industria y luego regresando desde allí) difícilmente pueda generalizarse: la mayoría de los cineastas hizo el camino inverso. Digamos: Caetano. De "Bolivia" a "Un oso rojo". Y luego siguió por allí. O Trapero: de "Mundo grúa" a "Elefante blanco". Pero eso sucede con las vanguardias. Quizás nos tocó una vanguardia módica. Es lo que tenemos. Tampoco es para tomárselo a la tremenda. A Borges le tocó el ultraísmo y eso no le impidió ser Borges.

Lo que digo es que el BAFICI apareció en un momento en que muchos cineastas estaban pidiendo pista. Y el festival fue el aeropuerto. La Ezeiza del NCA. Me pregunto para cuántos de los jóvenes directores el nuevo cine fue un credo o un atajo. Pero no quisiera adoptar un tono admonitorio. Finalmente lo que quedan son las películas. Y las películas, vengan de donde vengan, son buenas o son malas. Punto. Mi experiencia como espectador es que sigue siendo mucho más estimulante ver (algunos) films argentinos de los 90 que films de los 80.

Las rupturas, por definición, duran poco. Pero lo que importa es lo que dejan y sus efectos residuales. En algunas de esas nuevas películas sobrevivía "la tradición moderna silenciada". Y supongo que eso es lo que los espectadores veíamos. Incluso si sobreactuábamos, incluso si veíamos exageradamente: intuyendo o proyectando en ellas cosas que no eran tan evidentes en las películas. Sapir no era Godard (no lo fue y nunca lo será). Ciertamente. Pero servía para volver a Godard. Y entonces podíamos seguir hablando de la modernidad. Así conocí a Rafael Filippelli, en el bar de la FUC. Y hablábamos de eso (de la modernidad, se entiende; no de la película de Sapir, que –descuento– Rafa debe haber tomado la precaución de no ver).



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